Sobre la materia

¿Qué es la materia en sí? El Señor lo enseñó durante su ministerio público. Aquí transcribimos un resumen:


Si la maldad no tuviera un motivo de existir, ¿cómo pudiera aparecer en los sentidos del hombre?

Sin embargo estos contrastes, como Verdad y mentira,  no pueden ser adjudicados a la Esencia de Dios. Porque Dios Mismo es la Verdad más alta y profunda. Él no puede haber puesto en el corazón del hombre un sentido lleno de mentiras con el fin de que este peque en contra del orden divino y así se vuelva sucio en todo lo que hable y actúe.

Dios creó al hombre espiritual según su imagen y semejanza, es decir, verdadero y bueno.

El tema es que el hombre espiritual tuvo que transitar obligatoriamente por el camino de la carne. Esto con el fín que él logre una subsistencia futura. Significa que el hombre tuvo que tomar prestado su carne de la materia de esta Tierra, de acuerdo al orden del Espíritu de Dios.

Esto significa que en la carne se ha puesto un contrapeso al espíritu del hombre. Este contrapeso se llama ¡Tentación!

Este no solo existe en la carne del hombre, sino también en toda la materia. Pero la materia no es lo que parece ser. En realidad es un aparente espíritu, es mentira y engaño respecto al hombre que se está probando a sí mismo. Este aparente espíritu es y a la vez no es.

Es, porque la materia tentadora está al servicio de la carne del hombre. Pero al mismo tiempo, No es, porque la materia no es lo que aparenta ser.

Hay que entenderlo bien: Este espíritu aparente y engañador, que en sí es por completo solo mentira, es aquel espíritu de todo el mundo de la materia, y es justamente aquello que se denomina 'Satán' o el 'jefe de todos los diablos'.  El término 'diablo' son pues los espíritus que se manifiestan en forma especial y que provienen de espíritu de maldad general.

Por eso, un hombre que abraza con amor a todo tipo de materia y se vuelve activo en ella, es uno que peca contra el orden divino. Por este orden divino, Dios puso al hombre para que viviera durante un tiempo en el mundo material, para que él luchara con ella (la materia) y se fortaleciera hasta alcanzar la inmortalidad, esto gracias al uso del libre albedrío.

La consecuencia del pecado es la muerte. Es decir, la eliminación de todo aquello que el alma ha acumulado dentro de sí y que ha sido tomado de la materia. Esto es así, debido a que toda la materia, no es lo que aparenta ser, en otras palabras, no es nada.

Por eso, si tú amas al mundo y sus actividades y quieres enriquecerte con sus tesoros, entonces te asemejas a aquel hombre demente a quien  se le ha presentado a una hermosa novia bien adornada, pero que en vez de sentir una atracción por ella, se tira al piso para abrazar la sombra que proyecta la novia y comienza a adorarla con la pasión de un fanático ciego, y acariciar a la misma por sobre toda medida!

Pero cuando la novia abandone a este hombre demente, ella se llevará su sombra consigo! ¿Qué le quedará al necio? Evidentemente ¡nada!

¡Cuán grande será la lamentación del hombre demente por haber perdido aquello que amaba demasiado! Pero alguien le dirá: "¡Necio ciego, ¿por qué no abrazaste la Verdad completa en vez de su sombra que evidentemente no es nada?!"

¿Qué otra cosa más puede ser la sombra que una ausencia de luz; ausencia que toda forma densa tiene que crear en el lado opuesto al de la luz ya que los rayos luminosos no pueden atravesar al objeto denso y firme?

¡Lo que es tu sombra que proyectas cuando la luz te ilumina ya sea al estar de pie o caminando, lo mismo es toda materia y sus riquezas respecto al espíritu!

Ella (la materia)  es un engaño necesario y en esencia es una mentira porque no es lo que parece al sentido del cuerpo físico.

Por eso justamente en esto existe un juicio de la mentira y el engaño, que se manifiesta (ante los ojos del espíritu) como algo pasajero, y es solo una imagen de sombra exterior y correspondiente a una verdad profunda e interior.
Algo que el amor mundano y ciego prefiere que permanezca como una realidad como la que aparenta.


Fuente: El Gran Evangelio de Juan,
tomo 5, capítulo 70.
Recibido por Jakob Lorber.
(gej.05.070)

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