Sobre la pobreza y la riqueza en la Tierra
Dice el Señor a la joven judía Helias:
«La desigual distribución de los bienes en la tierra y existencia de ricos y pobres, es parte de la sabia voluntad de Dios, y Él permite tal relación entre los hombres porque, de otro modo, sería difícil o incluso imposible que la humanidad pudiera subsistir.
Pues imagina que cada persona en toda la tierra estuviera desde su nacimiento tan provista de todo de tal manera que no necesitara lo más mínimo de los demás; viviría pronto como los animales del bosque y las aves del aire. Estos no construyen casas, no cultivan campos ni viñedos y no necesitan preocuparse por su vestimenta. Y si tuvieran suficiente comida en sus guaridas y nidos, nunca los abandonarían, sino que descansarían como los pólipos en el fondo del mar y comerían solo cuando sintieran hambre. Pero como los animales deben buscar su alimento, están en constante movimiento y solo descansan cuando han satisfecho su hambre.
Y mira, Dios ha dispuesto muy sabiamente entre los hombres que los bienes terrenales estén muy desigualmente repartidos y que también estén dotados de talentos y habilidades muy diferentes. ¡Así, un hombre es una necesidad indispensable para otro! El rico no suele estar muy inclinado a realizar un trabajo pesado que es altamente necesario; pero tiene alegría dando órdenes de que todo se realice según su conocimiento y experiencias, indicando a sus siervos y sirvientas lo que deben hacer y trabajar. Estos ponen entonces manos a la obra y trabajan y sirven voluntariamente al rico por el salario acordado. Y para que ellos no se vuelvan contra el rico empleador por amor a también querer ser ricos y a vivir bien, los ricos se protegen con leyes terrenales y también con las leyes divinas; esto, por supuesto, solo hasta ciertos límites, ya que también hay leyes muy estrictas y sabias para los ricos.
De este modo, el rico propietario necesita también de todo tipo de profesionales. Debe acudir al herrero, al carpintero, al albañil, al ebanista, al alfarero, al tejedor, al sastre y a muchos otros, y así uno vive del otro, porque uno sirve al otro. Y solo de esta manera puede mantenerse la humanidad en la tierra y podría subsistir muy bien, siempre y cuando muchos no se hubieran entregado a una avaricia y ansias de poder excesivas. Pero estos son siempre severamente sancionados por Dios y disciplinados incluso en este mundo. Y su riqueza injustamente acumulada pasa, como mucho, a la tercera generación.
De esto ves que debe haber pobres y ricos en el mundo, y así puedes comprender también que Moisés no dio a los judíos la última ley de manera incompleta, sino tan completa como sea posible y, a través de ellos, a toda la humanidad, y que precisamente en esta ley se fundamenta el verdadero, completo y puro amor al prójimo y el espíritu de misericordia en el corazón humano.
Y si eso es indudablemente el caso, entonces también se incluye la condición de que cada uno para la verdadera purificación de su alma debe considerar muy seriamente esta última ley y observarla muy completa y perfectamente. Pues mientras una persona no sea completamente dueña de sus pensamientos, no será dueña de sus pasiones y de las acciones que de ellas se derivan. Pero quien no es señor y maestro de sí mismo y sobre sí mismo, está aún lejos del Reino de Dios y es y sigue siendo un siervo del pecado, que nace de sus pensamientos desordenados y los deseos que de ellos se derivan y contamina a toda la persona. – ¿Lo has entendido bien? Ahora es tu turno de hablar nuevamente».
Fuente: GEJ 7.37
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