“Fuera con Jesús que anda descalzo...”— gritaban los judíos
Dice el Señor:
«Pero (para los fariseos) Jesucristo vino pobre y pequeño, y aparentemente débil a la tierra. Durante casi treinta años (excepto hasta su duodécimo) no mostró ningún signo ante los ojos de los grandes, sino que trabajó en trabajos duros, fue carpintero junto con José, y después también se relacionó con el proletariado común. ¿Cómo podría ese ser el Mesías tan largamente esperado a los ojos de los orgullosos y sabios judíos?
“¡Fuera con tal blasfemo, con tal mago que realiza sus obras con la ayuda del príncipe de los demonios! Un carpintero grosero y rústico que ha aprendido a hacer magia con la ayuda de Satanás, que anda descalzo y es amigo del más vil gentío, aceptando prostitutas y comiendo y bebiendo con pecadores conocidos públicamente, y que, con su comportamiento, se opone abiertamente a la ley, ¿debería ser Cristo, el Mesías prometido?! – ¡No, nunca permitamos que tal idea blasfema entre en nosotros!”»
(GEJ 1.5.15)
Este texto da a entender que el Señor andaba descalzo, sin embargo en Juan 1:27 aparentemente dice lo contrario:
Esa expresión “ser digno de desatar a alguien la correa de su calzado” probablemente era solo una forma de reconocer la superioridad de alguna persona, pero no significaba que el Señor solía usar calzado.
Hoy se podría usar la expresión “me saco el sombrero ante esa persona” que significa mostrar respeto, admiración o reconocimiento hacia alguien por su mérito, logro o actitud. Es una forma figurada de expresar reverencia, similar a inclinarse o rendir homenaje. Pero tampoco significa que la persona que se saca el sombrero tenga que usar sombrero, sino más bien se basa en la antigua costumbre de quitarse el sombrero como señal de respeto.
Conclusión: es coherente pensar que el Señor solía andar descalzo debido a la pobreza que vivió durante Su vida en la Tierra hace 2,000 años.
Para complementar pondremos aquí los otros párrafos alusivos a nuestro tema:
Dice el Señor:
¡Cuán humildemente da Juan testimonio ante los sacerdotes y levitas, sabiendo bien quién ha pisado la tierra en Cristo! Pero, ¿qué le importaba esto al altivo sacerdocio mundano? El testimonio más verdadero de Juan no los afectó en lo más mínimo, porque no querían un Mesías humilde, pobre y sin brillo, sino uno que hiciera que todo temblara de miedo y terror al instante.
El Mesías, al aparecer por primera vez –por supuesto, en ningún otro lugar que no fuera Jerusalén–, y demostrablementa descendiente “en línea recta”, debería haber descendido del cielo con más brillo que el del sol, resplandeciente, acompañado de miríadas de ángeles, y haberse alojado únicamente en el templo. Debía destruir y eliminar a todos los potentados de la época, y después hacer que los judíos fueran completamente inmortales, proporcionándoles todo el dinero de la tierra. Al menos debía lanzar con gran estruendo cientos de montañas superfluas al mar y, además, dar muerte de inmediato a toda la gente pobre y sucia. ¡Entonces habrían creído en Él y habrían dicho: “Señor, eres terriblemente fuerte y poderoso, todo debe inclinarse ante ti profundamente y arrojarse al polvo, y el sumo sacerdote no es digno de desatarte la correa del calzado!”
(GEJ 1.5.13-14)
Leer capítulo completo en: GEJ 1.5
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