El milagro de la multiplicación de los panes y los peces
Llegado el atardecer, los discípulos se me acercaron y dijeron: «Señor, estamos en el desierto y ya es tarde. Como vemos que nadie tiene nada que comer, te sugerimos que digas a la gente que vaya a comprar comida a los pueblos». «No es necesario», les respondí, «dadles de comer vosotros. Para beber tienen abundante agua pues aquí hay muchos manantiales». Los discípulos, algo sorprendidos ante mis palabras, respondieron: «Señor, no tenemos más que cinco panes de cebada y dos pescados fritos. ¿Qué es eso para tantas gente?». «¡Traédmelos!», les dije. Mandé a la multitud que se echara sobre la hierba, tomé los cinco panes y los dos pescados y, alzando los ojos al cielo y dando gracias al Padre, partí los panes y se los di a los discípulos para que los repartiesen entre la gente, apartando los pescados y algo de pan para los discípulos. Y todos comieron y se saciaron. Con las sobras llenaron doce grandes cestas de las que se llevaban en bandolera. Y los que comieron fueron uno