Caminar sobre el agua

Dijo Pedro en el barco: «Será ya la una de la mañana y todavía no puede verse ninguna otra embarcación sobre la mar».

Andrés, que tenía muy buena visión, afirmó: «Mire dónde mire tampoco yo veo nada».

«¡Si por lo menos se calmara el viento muy adverso a nosotros!», añadió Mateo, el cobrador de impuestos. «Los marineros remadores están agotados de tanto remar pese a que les hemos ayudado enérgicamente varias veces. Sólo empleando todas nuestras fuerzas podremos mantenernos en alta mar. ¡Si tan solo empezara a amanecer ya! ¡La mañana seguramente cambiará el viento!».

«No me inquietaría por nada, si al menos el Señor nos alcanzara», intervino Natanael. - «¡Quizá sería aconsejable que retornáramos y vayamos a buscarle! ¿¡Y si finalmente ha caído en manos de los soldados de Herodes!?».

«¿¡Qué más todavía!?», dijo Simón. «¿Qué pueden hacerle los miserables siervos de Herodes a Aquel a quien obedecen todos los Cielos y todos los elementos? Él nos dijo que nos seguiría en cuanto hubiera despedido a la muchedumbre, y que fuéramos navegando delante de Él. ¡Lo que Él nos dice es sagrado y por ello más que cierto! Ya veréis como estará con nosotros antes que este viento contrario nos deje alcanzar la otra orilla. ¡Pues quien puede mandar a los vientos, vendrá fácil y rápidamente por sobre las olas!».

«Soy totalmente de tu opinión», respondió Juan. «Debemos confiar firmemente en Él, pues Él no nos abandonará nunca. ¡Nuestros remos apenas nos habrían servido de nada contra este fuerte viento que nos aflige desde hace casi cinco horas, si Su Poder sobre los elementos no nos hubiese mantenido a salvo a esta altura del mar! ¡Sin su intervención estaríamos otra vez en el mismo sitio del que salimos! Me he dado cuenta que nuestro barco sigue como anclado en el mismo punto, y creo que, si tenemos fe muy firme en Él, podríamos tranquilamente dejar de remar, cosa que cansa mucho a los remeros. El barco no se moverá del sitio porque probablemente el Señor querrá encontrarnos aquí, si no ya estaríamos ¡Dios sabe dónde con esta tormenta!».

«Sí, sí», dijo Pedro, «verdaderamente también tienes razón. Yo también noto que el fuerte viento no nos hace nada, puesto que nuestros remos no serían capaces de resistirlo si Su Poder divino no nos ayudara claramente. Diré pues a los remeros que dejen de esforzarse con los remos».

Pedro se acercó a los marineros y les dijo que no se esforzaran tanto remando.

Pero estos respondieron: «Vemos que la costa, a lo largo del desierto, está blanca de espuma. ¡Por tanto tiene que haber una marea muy violenta! ¡Si no nos mantenemos a flote hasta la mañana, nos hundiremos todos!».

Dijo Pedro a los marineros: «¡Entonces no seríamos discípulos del todopoderoso Señor Jesús! Pero como lo somos, la tormenta no nos hará nada grave aunque no rememos. - ¡Ya no queda mucho para que amanezca; cuando llegue el día todos estaremos mejor!».

Tras estas palabras de Pedro, los marineros dejaron poco a poco de remar y se dieron cuenta que el barco se mantenía efectivamente en el mismo sitio. Así que también los ocho remeros empezaron a creer en que el barco se mantenía verdaderamente a flote gracias a mi Fuerza.

Llegó las tres de la mañana. El viento amainó un poco y Andrés, mirando, con su vista aguda, en todas direcciones la superficie fuertemente agitada del mar, vio una persona andando sobre sus olas como si caminase muy bien sobre tierra firme. (Mt.14:25)

Andrés llamó la atención de los hermanos para que mirasen la forma que andaba sobre el mar y dijo: «¡Hermanos, esto no es una buena señal, es un fantasma marino! ¡Cuando estos seres se dejan ver, nada bueno espera a los marineros!». (Mt.14:26)

Todos empezaron a pensar lo mismo que Andrés y comenzaron a gritar con gran angustia: «¡Oh, Jesús! ¿¡Por qué nos has abandonado, y ahora tendremos que perecer todos!? Si estás en alguna parte, ¡acuérdate de nosotros y sálvanos de la perdición segura!».

Mientras los discípulos atemorizados todavía gritaban pidiendo ayuda, llegué Yo a diez pasos del barco y les dije: «Tened confianza, ¡soy Yo! Por eso ¡no temáis!». (Mt.14:27) Y los discípulos se calmaron.

«¡Cielos, es Jesús, nuestro Señor y Maestro!», exclamó Andrés.

Sin embargo, Pedro dudaba todavía un poco y dijo: «Si en verdad es Él, ha de permitirme andar sobre el agua como Él lo hace para que mis pies puedan pisar en firme».

Le contesta Andrés: «Si Él te llamara, ¿tendrás el valor de caminar hacia Él sobre las movidas olas?»

«¡Naturalmente!», respondió Pedro. «Sé perfectamente que el mar es aquí muy profundo. Si en verdad es Él no me pasará nada. Pero si, por el contrario, es un fantasma que se burla de nosotros, entonces estamos perdidos de todas formas. Os precederé a todos unos instantes en el abismo para prepararos una morada».

Tras estas palabras, Pedro se dirigió al centro, la parte más baja del barco, desde donde me gritó: «¡Señor, si eres Tú, mándame ir a Ti sobre las aguas!». (Mt.14:28)

«¡Sal, ven y convéncete!», le dije.

Entonces, Pedro salió del barco y se puso sobre el agua mientras los hermanos gritaban de miedo. Pero cuando vieron que Pedro no se hundía sino que andaba sobre el agua como Yo, les abandonó toda duda y creyeron firmemente que era Yo.

Pedro, no obstante, se dio prisa en llegar hasta Mí. (Mt.14:29) Pero a una distancia de apenas siete pequeños pasos y viendo que el viento levantaba fuertes olas, se asustó enormemente y empezó a pensar que las olas podrían arrastrarle. Entonces, perdiendo un poco de su gran fe, empezó a hundirse en las aguas hasta las rodillas y comenzó a gritar desconsoladamente: «Señor, ¡ayúdame!».(Mt.14:30)

Rápidamente, Yo le tendí la mano, le agarré y le coloqué de nuevo sobre la superficie del agua que le soportó como antes. - pero le dije entonces: «¡Hombre de poca fe!, ¿por qué dudas?(Mt.14:31) ¿No sabes acaso que sólo la fe sin dudas es la maestra sobre todos los elementos?».

Pedro dijo: «Señor, ¡perdóname! Pues ya ves, que soy todavía un hombre débil. ¡El viento y las grandes olas, que venían contra nosotros, me asustaron tanto!».

«¡Bueno, ya todo está nuevamente bien!», le respondí. «¡Ahora ya estamos junto al barco, así que subamos al mismo!».

En el mismo instante, en que subimos al barco, también la tempestad se calmó. (Mt.14:32)

Todos los discípulos y los marineros se se acercaron a Mí, Me alabaron, y exclamaron al unísono: «¡Recién ahora reconocemos que Tú eres verdaderamente el Hijo de Dios!». (Mt.14:33)

Y Mi Juan me abrazó con todas sus fuerzas y dijo: «¡Oh, Tú, mi Jesús, por fin te tenemos de nuevo! ¡Ahora todo miedo nos ha abandonado! Pero Tú, no nos abandones nunca más, ¡porque es demasiado terrible estar sin Ti! ¡En verdad, toda mi vida recordaré este viaje marítimo nocturno! ¡Pues nunca he pasado tanto miedo y espanto! Ya puede el viento zarandearnos como quiera; ahora tenemos con nosotros a Su Maestro que puede ordenarle que se calle, ¡y el monstruo tendrá que obedecer la voz del Todopoderoso!».
gej02.100-101

Los siguientes vídeos son una aproximación de la historia real aquí mostrada:

Comentarios

Entradas populares de este blog

Tuyo soy, para Ti nací - Poema Teresa de Jesús

Cuerpo, alma y espíritu

El café, las arañas y la Coca Cola