San Agustín y el secreto del Dios trino
El doctor de la Iglesia romana, conocido como San Agustín, se preocupó mucho por representar la esencia de la Trinidad con conceptos confirmados por la Iglesia.
San Agustín, que por un lado era un cristiano muy aplicado, recibió una advertencia real del Mismo Señor Jesucristo para que no se apegara más a sus investigaciones sobre un concepto erróneo de la Trinidad.
Pero, haciendo caso omiso a la advertencia, se unificó firmemente con el obispo romano y estuvo totalmente de acuerdo con la idea diseñada por el concilio de Nicea sobre la Trinidad de las tres personas distintas.
Posteriormente procuró hacer válida esta imagen de la Trinidad en el mundo eclesiástico con su sobresaliente sabiduría mundana, ganándose así el honor de ser elevado a padre y doctor de la Iglesia.
Por supuesto resulta extraño que tales doctores y padres de la Iglesia permitan que se les llame así, pese a obrar en nombre del Evangelio en donde se define a Cristo como el único y verdadero Padre de todos los hombres y, por lo tanto, tanto más aún de Su Iglesia. Pero como Agustín era un hombre de buena índole y realizaba sus investigaciones sin interés personal, no le fue tomado a mal.
Finalmente él reconoció su error en el reino de los espíritus -aunque ya en parte en el mundo natural-, por lo que el Señor pronto le acogió y le llevó a caminos mejores.
Pero durante su vida terrenal y debido a sus útiles conocimientos, Agustín fundó una pequeña escuela, aunque muy en secreto, en donde se esmeraban en comprender mejor y más vivamente al Dios trino. De tal manera que él mismo llegó a vislumbrar la palabra interior viva y conoció el camino por el cual uno podía acercarse a ella.
Este camino consistía en la humildad firme y decidida, la completa renuncia al mundo y el abrazar al Señor con todo amor. Dicha escuela estuvo muy concurrida pese al deseo de mantenerla en secreto. Incluso el obispo de la Iglesia romana llegó a conocerla, aunque no intervino públicamente en su contra; por el contrario él mismo se integró en ella.
Este obispo romano vio pronto que la doctrina oficial de la Iglesia no concordaba con esta nueva doctrina, pero él no podría nadar contra la corriente. Pero para que no se perdiera tal escuela, que en aquellos tiempos era un hallazgo importante, otorgó el permiso para realizar sus libres actividades y le dio el nombre de escuela de los verdaderos sacerdotes, que, con el tiempo, recibieron el nombre de "escolásticos". Por supuesto estos escolásticos no tenían nada que ver con los escolásticos de los antiguos egipcios que practicaban un misticismo lleno de magia, sino más bien ellos eran escolásticos de acuerdo al sentido interior de la Palabra.
También por eso ellos hicieron otra imagen de la Trinidad que consistía de un ojo dentro de un triángulo que se encontraba dentro de una corona de rayos como los del sol. Si bien esta representación, a nivel simbólico, no era correcta del todo, pero por lo menos Dios era representado así como una Unidad.
El ojo representa el Sol del Señor en el cual Él se encuentra, dentro de su Amor y su Sabiduría eternos. Esto porque el ojo humano también contiene estas dos virtudes. A través del ojo se irradia el amor y a través del ojo surgen la luz. Las tres esquinas del triángulo en cuyo centro está el ojo representan los tres grados en que se manifiesta lo divino en cuyo ámbito se manifiesta lo divino como lo más interior o más profundo.
Estos tres grados están repartidos de tal manera entre las tres esquinas que, de las dos inferiores, la izquierda representa lo natural y la derecha lo espiritual que le corresponde, en tanto que la esquina superior representa lo celestial. La irradiación del ojo hacia estas tres esquinas representa el influjo del Señor en los tres grados. La difusión de esta radiación más allá de la figura representa el Poder infinito y la imposibilidad de investigar a la esencia divina.
Así que esta representación puede ser considerado como un jeroglífico bastante acertado de la esencia divina. La orden de los agustinos descalzos estaba organizada de acuerdo con estas ideas.
Cabría preguntar, ¿por qué estos nuevos escolásticos no definieron mejor la esencia del Dios trino y por qué el Señor no les explicó todo esto?.
Porque todavía estaban demasiado apegados a su antiguo y erróneo concepto de una Trinidad de tres personas distintas. De todos modos una parte de los escolásticos adoptó ideas más correctas y se acogió al amparo de la Iglesia griega ortodoxa, donde luego prosperaron como secta: los “unitarios”.
Pero en los dominio del obispo de la Iglesia romana se continuó con la versión de la Trinidad de tres personas, en tanto que la idea reformada de la Trinidad se refugió en la absoluta discreción de los conventos, discreción que con el tiempo fue tan exagerada que incluso a los iniciados les estaba prohibido discutir sobre ella. Todos podían acceder a la palabra interior, pero estaba prohibido transmitirla a otros. Así, con el tiempo, también esta buena orden degeneró por completo.
Influenciadas por sus ideas, surgieron otras órdenes parecidas que, por razones conocidas, se aislaron rigurosamente del mundo exterior. Pero ninguna consiguió nada; primero porque el sistema eclesiástico oficial las restringió y, segundo, porque aunque los monjes siguieran profesando sus creencias en la rígida clausura, no podían aplicarlas al cuidado sacerdotal de las almas que les estaban encomendadas.
De este modo se establecieron muchas otras órdenes, al principio todas con ideas buenas y todas más o menos partidarias del escolasticismo interior. Pero también este se perdió con el tiempo y lo que quedó fue sólo su forma externa. A lo largo de los años algunas de ellas empezaron a actuar a favor del episcopado romano, lo que les proporcionó considerables ventajas exteriores.
Así surgieron pronto conventos “señoriales”. Y como todos ellos disfrutaban de una situación económica mejor, eso llamó la atención de los que habían permanecido fieles a sus principios, por lo que, finalmente, también empezaron a actuar en favor de Roma.
Así fue como las órdenes perdieron poco a poco todas las ideas sobre los valores internos, los cuales fueron sustituidos por conceptos erróneos.
San Agustín, que por un lado era un cristiano muy aplicado, recibió una advertencia real del Mismo Señor Jesucristo para que no se apegara más a sus investigaciones sobre un concepto erróneo de la Trinidad.
Pero, haciendo caso omiso a la advertencia, se unificó firmemente con el obispo romano y estuvo totalmente de acuerdo con la idea diseñada por el concilio de Nicea sobre la Trinidad de las tres personas distintas.
Posteriormente procuró hacer válida esta imagen de la Trinidad en el mundo eclesiástico con su sobresaliente sabiduría mundana, ganándose así el honor de ser elevado a padre y doctor de la Iglesia.
Por supuesto resulta extraño que tales doctores y padres de la Iglesia permitan que se les llame así, pese a obrar en nombre del Evangelio en donde se define a Cristo como el único y verdadero Padre de todos los hombres y, por lo tanto, tanto más aún de Su Iglesia. Pero como Agustín era un hombre de buena índole y realizaba sus investigaciones sin interés personal, no le fue tomado a mal.
Finalmente él reconoció su error en el reino de los espíritus -aunque ya en parte en el mundo natural-, por lo que el Señor pronto le acogió y le llevó a caminos mejores.
Pero durante su vida terrenal y debido a sus útiles conocimientos, Agustín fundó una pequeña escuela, aunque muy en secreto, en donde se esmeraban en comprender mejor y más vivamente al Dios trino. De tal manera que él mismo llegó a vislumbrar la palabra interior viva y conoció el camino por el cual uno podía acercarse a ella.
Este camino consistía en la humildad firme y decidida, la completa renuncia al mundo y el abrazar al Señor con todo amor. Dicha escuela estuvo muy concurrida pese al deseo de mantenerla en secreto. Incluso el obispo de la Iglesia romana llegó a conocerla, aunque no intervino públicamente en su contra; por el contrario él mismo se integró en ella.
Este obispo romano vio pronto que la doctrina oficial de la Iglesia no concordaba con esta nueva doctrina, pero él no podría nadar contra la corriente. Pero para que no se perdiera tal escuela, que en aquellos tiempos era un hallazgo importante, otorgó el permiso para realizar sus libres actividades y le dio el nombre de escuela de los verdaderos sacerdotes, que, con el tiempo, recibieron el nombre de "escolásticos". Por supuesto estos escolásticos no tenían nada que ver con los escolásticos de los antiguos egipcios que practicaban un misticismo lleno de magia, sino más bien ellos eran escolásticos de acuerdo al sentido interior de la Palabra.
También por eso ellos hicieron otra imagen de la Trinidad que consistía de un ojo dentro de un triángulo que se encontraba dentro de una corona de rayos como los del sol. Si bien esta representación, a nivel simbólico, no era correcta del todo, pero por lo menos Dios era representado así como una Unidad.
El ojo representa el Sol del Señor en el cual Él se encuentra, dentro de su Amor y su Sabiduría eternos. Esto porque el ojo humano también contiene estas dos virtudes. A través del ojo se irradia el amor y a través del ojo surgen la luz. Las tres esquinas del triángulo en cuyo centro está el ojo representan los tres grados en que se manifiesta lo divino en cuyo ámbito se manifiesta lo divino como lo más interior o más profundo.
Estos tres grados están repartidos de tal manera entre las tres esquinas que, de las dos inferiores, la izquierda representa lo natural y la derecha lo espiritual que le corresponde, en tanto que la esquina superior representa lo celestial. La irradiación del ojo hacia estas tres esquinas representa el influjo del Señor en los tres grados. La difusión de esta radiación más allá de la figura representa el Poder infinito y la imposibilidad de investigar a la esencia divina.
Así que esta representación puede ser considerado como un jeroglífico bastante acertado de la esencia divina. La orden de los agustinos descalzos estaba organizada de acuerdo con estas ideas.
Cabría preguntar, ¿por qué estos nuevos escolásticos no definieron mejor la esencia del Dios trino y por qué el Señor no les explicó todo esto?.
Porque todavía estaban demasiado apegados a su antiguo y erróneo concepto de una Trinidad de tres personas distintas. De todos modos una parte de los escolásticos adoptó ideas más correctas y se acogió al amparo de la Iglesia griega ortodoxa, donde luego prosperaron como secta: los “unitarios”.
Pero en los dominio del obispo de la Iglesia romana se continuó con la versión de la Trinidad de tres personas, en tanto que la idea reformada de la Trinidad se refugió en la absoluta discreción de los conventos, discreción que con el tiempo fue tan exagerada que incluso a los iniciados les estaba prohibido discutir sobre ella. Todos podían acceder a la palabra interior, pero estaba prohibido transmitirla a otros. Así, con el tiempo, también esta buena orden degeneró por completo.
Influenciadas por sus ideas, surgieron otras órdenes parecidas que, por razones conocidas, se aislaron rigurosamente del mundo exterior. Pero ninguna consiguió nada; primero porque el sistema eclesiástico oficial las restringió y, segundo, porque aunque los monjes siguieran profesando sus creencias en la rígida clausura, no podían aplicarlas al cuidado sacerdotal de las almas que les estaban encomendadas.
De este modo se establecieron muchas otras órdenes, al principio todas con ideas buenas y todas más o menos partidarias del escolasticismo interior. Pero también este se perdió con el tiempo y lo que quedó fue sólo su forma externa. A lo largo de los años algunas de ellas empezaron a actuar a favor del episcopado romano, lo que les proporcionó considerables ventajas exteriores.
Así surgieron pronto conventos “señoriales”. Y como todos ellos disfrutaban de una situación económica mejor, eso llamó la atención de los que habían permanecido fieles a sus principios, por lo que, finalmente, también empezaron a actuar en favor de Roma.
Así fue como las órdenes perdieron poco a poco todas las ideas sobre los valores internos, los cuales fueron sustituidos por conceptos erróneos.
"El Sol Espiritual", tomo 1, capítulo 65 (sole1.065)
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