Busco pecado en mí y no encuentro
Natanael dijo: «Soy de la misma opinión que nuestro hermano Juan. Sin embargo creo que podría ocurrir que hayamos pecado contra Él de algún modo y en algún momento, pese a que vigilemos constantemente nuestra conciencia, y Él no haya querido decírnoslo, prefiriendo dejar que nosotros seamos mejores observadores. Cuando nos hayamos enmendado completamente Él volverá a reunirse con nosotros.
Yo ya he examinado muy seriamente la mía, pero lamentablemente no encuentro nada que pudiera haber hecho mal. Un pecado consciente sería verdaderamente para mí un alivio muy grande, pues me serviría para aceptar que he merecido esta amonestación del Señor: el arrepentimiento sincero sería un bálsamo para mi corazón. Por eso busco afanosamente algún pecado en mi interior y no encuentro ninguno que merezca hacer penitencia con saco y ceniza. Incluso envidia le tengo a un pecador, aunque no quisiera serlo yo en manera alguna; pero estaría más aliviado sabiendo exactamente cuál ha sido mi pecado ante Dios y ante los hombres. Pero ¿cómo puede un hombre justo vestirse de penitencia sin quedar en ridículo ante Dios?».
A esto intervino Bartolomé: «¡Qué ideas más raras tienes algunas veces! ¿A quién se le ocurre decir que un pecador es más feliz que un justo?».
«¡No está del todo equivocado!», respondió Juan. «Naturalmente aquí se habla de un pecador por debilidad y quizá algunas veces por una pasión impetuosa, pero no de un curtido siervo del infierno. Nuestro hermano Natanael debe estar en lo cierto».
«¡Sí, sí, hermano!», observó Jacob, «Natanael es un hombre del cual ni siquiera somos dignos, en lo que se refiere a la sabiduría sublime y profunda que sabe sacar desde lo hondo. Calla siempre, es de pocas palabras, pero cuando habla hay que escucharle, pues sus palabras son de peso».
«¡Pero hermano Jacob, no me alabes siempre que digo algo! El Señor sabe mejor lo que valgo y lo que vale mi débil sabiduría. Si yo tuviera alguna importancia, ya habría llegado a ser un mensajero. Pero sigo siendo un discípulo porque el Señor conoce lo que me falta todavía. Quizá tenga espíritu poético, pero ni mucho menos profético. Mira nuestro joven hermano Juan que es profeta de nacimiento. Como el Señor lo sabe, le ha nombrado escribiente privado suyo».
«¡Pero bueno!», contestó Juan. «¿Qué es entonces el hermano Mateo?».
«Su escribiente público», dijo Natanael, «pero tú eres el privado».
«Puede ser», respondió Juan, «y si así fuera, sería porque el Señor lo quiere; nosotros tenemos que aceptar lo que el Señor nos da».
Fuente: Gran Evangelio de Juan, tomo 2, cap. 96, recibido por Jakob Lorber
Yo ya he examinado muy seriamente la mía, pero lamentablemente no encuentro nada que pudiera haber hecho mal. Un pecado consciente sería verdaderamente para mí un alivio muy grande, pues me serviría para aceptar que he merecido esta amonestación del Señor: el arrepentimiento sincero sería un bálsamo para mi corazón. Por eso busco afanosamente algún pecado en mi interior y no encuentro ninguno que merezca hacer penitencia con saco y ceniza. Incluso envidia le tengo a un pecador, aunque no quisiera serlo yo en manera alguna; pero estaría más aliviado sabiendo exactamente cuál ha sido mi pecado ante Dios y ante los hombres. Pero ¿cómo puede un hombre justo vestirse de penitencia sin quedar en ridículo ante Dios?».
A esto intervino Bartolomé: «¡Qué ideas más raras tienes algunas veces! ¿A quién se le ocurre decir que un pecador es más feliz que un justo?».
«¡No está del todo equivocado!», respondió Juan. «Naturalmente aquí se habla de un pecador por debilidad y quizá algunas veces por una pasión impetuosa, pero no de un curtido siervo del infierno. Nuestro hermano Natanael debe estar en lo cierto».
«¡Sí, sí, hermano!», observó Jacob, «Natanael es un hombre del cual ni siquiera somos dignos, en lo que se refiere a la sabiduría sublime y profunda que sabe sacar desde lo hondo. Calla siempre, es de pocas palabras, pero cuando habla hay que escucharle, pues sus palabras son de peso».
«¡Pero hermano Jacob, no me alabes siempre que digo algo! El Señor sabe mejor lo que valgo y lo que vale mi débil sabiduría. Si yo tuviera alguna importancia, ya habría llegado a ser un mensajero. Pero sigo siendo un discípulo porque el Señor conoce lo que me falta todavía. Quizá tenga espíritu poético, pero ni mucho menos profético. Mira nuestro joven hermano Juan que es profeta de nacimiento. Como el Señor lo sabe, le ha nombrado escribiente privado suyo».
«¡Pero bueno!», contestó Juan. «¿Qué es entonces el hermano Mateo?».
«Su escribiente público», dijo Natanael, «pero tú eres el privado».
«Puede ser», respondió Juan, «y si así fuera, sería porque el Señor lo quiere; nosotros tenemos que aceptar lo que el Señor nos da».
Fuente: Gran Evangelio de Juan, tomo 2, cap. 96, recibido por Jakob Lorber
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