Dios es Amor y Sabiduría
Dice el Señor:
«Yo soy hombre y mujer a la vez en las profundidades de Mi divinidad; no así como vosotros soléis concebirlo, sino únicamente así:
Como hombre, Yo soy el amor eterno en sí mismo, la vida libre en sí misma y todo el poder y la fuerza de acción en sí mismos; por eso, en cada hombre, como medida plena de Mi amor, se manifiesta el amor verdadero, del cual el pecho del vanidoso corazón femenino jamás será capaz.
En esta medida masculina de Mi amor, el hombre es fuerte también, semejante a Mí, y más poderoso en su pecho que todas las mujeres en sus pechos frágiles, que pueden ofrecer leche para la carne del niño, pero no leche de vida interior para el espíritu. Esto es porque el alto y fuerte amor del hombre no habita en su pecho, aunque podría habitar si la mujer no fuera tan vanidosamente necia desde sí misma.
Así, he sido Yo establecido como hombre desde la eternidad en Mí mismo; ¡podéis comprenderlo!
Pero dado que Yo también estoy en el hogar del espíritu femenino, ¿no debo entonces contener plenamente a la mujer en Mí? – Ciertamente; escuchad, ¿cómo podría haber creado de otro modo a la mujer?
Cómo es esto posible, os lo revelaré ahora con sabiduría; porque en la mujer yacen astucia e ingenio, un sentido agudo y una constante sagacidad enterrados. Así, la mujer nunca habla abiertamente y suele ocultar su luz y su corazón; por ello, quien confía en el pecho de la mujer construye con ligereza.
Por tanto, no puedo hablar tan claramente desde Mi esfera femenina como desde la masculina, ya que la parte femenina proviene de la luz del amor en Mí y es, como la sabiduría, no en sí misma, sino semejante a la luz radiante que fluye sublime de la luz primordial.
Por lo tanto, la mujer en Mí es la luz eternamente resplandeciente de la sabiduría, que continuamente se genera en igual fuerza e intensidad en el amor.
Esta sabiduría es, para el amor de Dios, la eterna y propia esposa inseparable, con la cual Yo, el único Dios eterno, he engendrado y creado todas las cosas. – Y nunca he necesitado otra esposa que esta, para Mí, el único y verdadero Dios del amor, el hombre desde la eternidad, el primero y el último por siempre.
Eternamente he engendrado con esta, Mi esposa más fiel, incontables millones de seres que eran contemplativos hacia Mí, aunque ninguno podía aún contemplarse a sí mismo.
Pero también, desde la eternidad, estaba en Mí el plan de conceder libertad a estos incontables seres para que se reconocieran a sí mismos y a Mí.
Una voluntad fue impulsada desde Mí, y un poderoso "¡Sea!" siguió resonando a través de las insondables profundidades de Mi eterna divinidad, poder y brillante gobierno luminoso.
Y así, de todos los eternos rayos que salieron – escuchad y comprended – se formó un ser único, un portador de todo aquello que eternamente fluyó de Mí, el hombre y la mujer eterna, en un solo ser compuesto de rayos espirituales profundos, infinitos y eternamente claros.
Este portador es la mujer recién creada, formada libremente como un gran lugar de reunión para toda la luz esencial que desde la eternidad fluyó de Mí en plenitud, para que en ella, la multitud de seres que han emanado puedan madurar bajo el calor constante de Mis rayos de gracia, franca y libremente, y así agradarme en contemplación, a través de la vida libre y, de este modo, también contemplarme desde la luz de amor que Yo le he otorgado.
Y escuchad, la creación ha tenido éxito; ¡ya Me contempláis, a Mí, vuestro Creador!
Pero aún no ha llegado el tiempo de la plena madurez ni de la cosecha completa; las grandes obras requieren también grandes tiempos.
Por eso, comprended esto, pero callad; porque en esta lucha de creación hacia la gran madurez final, no es bueno hablar demasiado.
Pues, en su tiempo, Yo lo revelaré nuevamente en Mi tierra y, de vosotros, nacerán hijos que lo encontrarán en sí mismos y lo revelarán a la tierra. Amén.”
Aquí, los tres golpearon sus pechos y exclamaron: “¡Oh, infinita sabiduría de Dios! ¿Quién podrá jamás comprenderte completamente?”
Pero el Señor dijo: “Callad ahora sobre todo esto, pues ved, los niños ya corren hacia Mí con los brazos abiertos. ¡Por eso, corramos también nosotros hacia ellos! Amén”».
Fuente: GobD 3.27
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