El lobo marino que intentó perturbar la introspección

Jesús conminó a sus discípulos que realizaran junto a Él, en silencio, el ejercicio de introspección por unas horas hasta el almuerzo. Le recomendó que no se dejaran perturbar por apariciones exteriores. Todos los discípulos se relajaron y cada uno empezó a contemplar con fervor su propio “yo”.

Pasada una hora, de repente se oyó un estruendo inmenso, como si un rayo hubiera caído en una casa próxima. Todos se asustaron profundamente y se sobresaltaron. Pero ellos se acordaron de las Palabras de Jesús y en seguida volvieron a relajarse.

Pero Satanás no se hizo esperar mucho. Pronto se oyó un silbido inquietante tras el estruendo y poco tardó en aparecer un extraño monstruo a orillas del mar. La cabeza parecía la de un lobo, sólo que por lo menos cien veces mayor; la larga lengua que salía de la boca tenía el aspecto de una pitón retorciéndose furiosamente; los ojos parecían dos planchas al rojo; las dos orejas recordaban las de un buey gigantesco; las patas delanteras se parecían a las de un oso y las traseras a las de un león enorme; y el cuerpo tenía la forma de cocodrilo con rabo de basilisco. Sus gritos eran como estruendos y su aliento un silbido inquietante. Provisto de estos atributos, salió del mar.

Había ovejas, bueyes, vacas, terneros y muchos burros que pastaban en la ribera. Nada más salir del mar, el monstruo cazó unos cuantos y se los tragó. Los demás animales se dispersaron y el monstruo se dirigió hacia Jesús y sus discípulos.

Algunos de los discípulos se levantaron en cuanto vieron que el monstruo se les acercaba y dijeron:

«Señor, esta prueba es demasiado fuerte; ha devorado ya a unos cuantos terneros, unas diez ovejas y dos borriquillos, y ahora, puesto que se dirige directamente hacia nosotros llevado por su olfato, está tragando ya saliva porque nos huele. Sería aconsejable apartarnos un poco de su camino porque no hay quien se arriesgue a luchar con medios naturales contra esta bestia mortífera, ¡y de vencerla ni hablar!».

Pero Jesús los tranquilizó diciendo:

«¡No os dejéis perturbar de ninguna manera! Exteriormente ni todos nosotros juntos podemos manejar a este monstruo que es un leviatán completamente desarrollado. Sin embargo tendrá que huir hasta al fin del mundo ante nuestra fuerza interna. Así que podéis estar totalmente tranquilos. Os queda menos de una hora y ya habréis pasado a través de las barreras de la muerte; y el dominio sobre todo el infierno y su ejército será vuestro premio».

Nada más pronunciar estas palabras, el monstruo prorrumpió en una serie de estruendos y, con movimientos muy tranquilos, se nos acercó rápidamente, manifestando su voracidad mediante agitados movimientos de su lengua de reptil y por los golpes que hacía continuamente con su cola fuerte como el tronco de un árbol. Pero los discípulos estaban en la mejor disposición de ánimo y esperaron su llegada sin ningún temor.

Cuando el monstruo se acercó hasta diez pasos de distancia, Jesú le hizo internamente una señal al ángel Arquiel quien, de repente, se enfrentó al leviatán y le dijo:

«¿Qué estás buscando aquí, Satanás? ¡Apártate o te aniquilaré!».

Ante estas palabras el monstruo abrió su boca enorme e hizo como si quisiera hablar, pero de nuevo el ángel le mandó alejarse. El animal lanzó algunos gruñidos más y con un silbido penetrante se volvió corriendo al mar.

Cuando hubo desaparecido de la vista, todavía agitó un rato el agua como si fuera la causa de una tempestad violenta. Pero todos los discípulos, profundizando en la práctica de la contemplación, ya no le hicieron caso.

Con el ejercicio casi terminado, de repente se levantó una tormenta. Rayos fuertes desgarraron el aire, vientos impetuosos doblaron los árboles casi hasta el suelo y de las nubes negras cayeron gruesas gotas mezcladas con granizo.

Algunos de los discípulos quisieron refugiarse dentro de la casa. Sin embargo, el ángel les dijo:

«¡Quedaos y ved las vanas bufonadas de Satanás!».

Entonces se quedaron. A pesar de que llovía cada vez más y el granizo rebotaba vivamente en el suelo, a nadie le tocó ni un grano y la lluvia casi no mojó a ninguno. Entonces el ángel amenazó a las nubes, con lo que estas se dispersaron y en seguida hizo un día precioso. Después de un rato la contemplación introspectiva estuvo terminada.

Luego Baram le avisó a Jesús que la comida estaba preparada, y le preguntó:

«Señor, ¿prefieres que te sirva aquí fuera o dentro de la casa?».

Dijo Jesús:

«Esperaremos todavía media hora y todo estará en el mejor orden. Aún quiero dirigir algunas palabras a Mis discípulos».

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