Miguel Fisac: Medalla de Oro de la Arquitectura encuentra a Jakob Lorber

Miguel Fisac fue cofundador del Opus Dei, pero después de mucho tiempo, decepcionado, abandonó la orden. El diario el País lo entrevistó y Fisac confesó:

«Yo no perdí la fe cuando me fui del Opus. Espiritualmente considero que están muy equivocados los del Opus, lo cual es una pena, porque hay gente muy buena. Si hay Dios ese Dios es bueno, y lo que tienes que hacer es amar a Dios y al prójimo y se acabó, todo eso del dogma y la moral son cuentos chinos... Yo me puse a buscar por otro lado y encontré a JAKOB LORBER, un músico y profesor que escribió lo que una visión interior le decía durante 24 años, de 1840 a 1864....».

El País pregunta:

—Y eso es lo más cercano que ha encontrado usted a su propia idea espiritual.

—Sí, lo más cercano. Y por otro lado he encontrado una ciencia, que es la ciencia moderna. Es decir, la física supuestamente se acababa con Newton, pero no se acabó, sino que siguió. Y llegaron Einstein, y Planck, y luego vino le mecánica cuántica, tienen que inventarse una mecánica distinta de la de Newton para poder explicarse lo que ya conocen, y llega un momento en que la física se encuentra con el ESPÍRITU, ya no estamos hablando de materia sino de antimateria. Y luego llega Heisenberg, que es el inventor de la teoría de la incertidumbre, que se acerca ya a lo espiritual...

—O sea, al misterio...

—Exacto, al misterio. Y los tres premios Nobel de este año van por el mismo campo. Y Jakob Lorber hablaba de esto ya en 1840... En realidad uno no se muere. Lo de la muerte es un paso que puede ser sencillo, o durísimo, o medio duro. Pero una vez que sale el espíritu del cuerpo simplemente pasas a otra cosa. En fin, yo estoy completamente convencido de que no me voy a morir.


Entrevista a Miguel Fisac - El Gransuperviviente


Por Rosa Montero, Fotografía de Ana Nance

Publicado en el diario español “El País” (2003)

Le han dado por unanimidad el Premio Nacional de Arquitectura. Tiene 90 años y sigue en activo: hace unos meses terminó el nuevo polideportivo de Getafe (Madrid). Algunos dicen que es el arquitecto español más importante del siglo XX, pero ha pasado buena parte de su vida en una especie de destierro social y laboral por decir siempre lo que piensa.

Vive en el Cerro del Aire, cerca de dos de sus obras: la iglesia de los dominicos en Alcobendas y el colegio de las monjas de la Asunción. Aquí construyó hace más de cuarenta años su formidable estudio de hormigón almohadillado y su casa, modesta y bonita, justo al lado. Esto era antes puro campo, lomas luminosas y ventosas de las afueras de Madrid, un lugar de lo más adecuado para un hombre tan independiente y distinto como Fisac, la guarida perfecta del lobo solitario. 17,n, los últimos tiempos, sin embargo, han empezado a construir a su alrededor los numerosos bloques de Sanchinarro, un tipo de arquitectura masificada que Fisac detesta. Con 90 años, al final de su vida, contempla todos los días las grúas, los desmontes, los escombros, él esqueleto de los edificios creciendo sin parar, robándole el paisaje y el aire, sitiándole como un ejército enemigo.

He dicho que está al final de su vida y esto lo deduzco, por puro sentido común, de sus 90 años, pero lo cierto es que no parece estarlo en absoluto. Hay muy pocas cosas comunes en este individuo singular, y entre sus rarezas destaca la de la edad. Este hombre menudo y erguido aparenta bastantes años menos. Viste pintureramente con moderna elegancia, se sienta y se levanta repetidas veces de un sofá bajo y blando con más facilidad que muchos cincuentones y, en el transcurso de la larga entrevista, no da ninguna muestra de fatiga. Antes al contrario, mantiene en todo momento esa expresión, tan viva y tan ágil, esa movilidad de ardilla inteligente. Se toca una oreja y dice: "Me acabó de poner un sonotone, hace dos días". Casi alivia saber que tiene algún defecto. Es un hombre simpático y accesible y, sin embargo esta entrevista estuvo a punto de no hacerse. Empezó a darme largas, a postergar la cita indefinidamente, y llegue a pensar que tenía miedo de hablar conmigo. Miedo ¿de qué? "Pues muy sencillo, es que soy una persona sometida al rigurosísimo estudio de todo lo que digo, y claro...".

EN SU CASA El arquitecto junto a una de las paredes de su casa, situada en las afueras de Madrid. Construida hace 47 años, la vivienda no ha perdido actualidad.

Ésta es una larga historia. De todos es sabido que Fisac fue uno de los fundadores del Opus en España. Estuvo muy cerca de Escrivá de Balaguer y durante muchos años vivieron juntos en la misma casa. Una casa de la Obra, naturalmente: "Después de la guerra, yo fui una persona que empezó a ganar dinero con facilidad, cuando ellos, los del Opus, no tenían ni una perra. En realidad no es que tuvieran un interés tremendo en mi persona, sino en el dinero que ganaba". Porque Fisac, claro está, daba sus ingresos a la organización. "Desde el principio entré de una manera un poco equivocada y quise marcharme, durante todos los años que estuve en el Opus yo quería marcharme, eso demuestra lo imbécil que soy, porque estuve mucho tiempo, y al final ya tuve que salir con desesperación, me voy y se acabó". Eso fue en 1955.

Por sus críticas al Opus, y al sistema, y al franquismo, del que por otro lado provenía, y por su posición siempre independiente, fue quedándose más y más aislado: "Yo me jugué la cara, unas veces siendo del Opus y otras veces sin ser del Opus, metiéndome con las autoridades, que es la mejor manera de jugarse la cara. Como yo había hecho la guerra con Franco, me creí en el derecho no ya de ocupar un puesto oficial, que pude ocupar, sino de hablar y decir lo que me diera la gana". Le aborrecían los suyos naturales, pero tampoco era reivindicado ni amparado por las izquierdas: "Sí la verdad es que nunca he tenido ningún apoyo. Pero me ha pasado una cosa: Rodríguez de Valcárcel quiso meterme en política con Falange, y yo le dije que no; y luego me llamó Tierno Galván para decirme que quería que estuviera en su lista aunque fuera como independiente. Esto quiere decir que yo estaba completamente libre para irme con unos o con otros, y que no me fui con ninguno de los dos porque la política no me tienta nada, y además estoy convencido de que lo haría muy mal. Hay dos cosas que siempre me han ofrecido y que no he querido aceptar, lo de la política y lo de ser profesor en la Escuela de Arquitectura, pero es que a mí no me va eso de ser profesor".

Sea como fuere, lo cierto es que Fisac, uno de los arquitectos españoles más importantes del siglo XX (algunos expertos le consideran el mejor) se convirtió en una especie de apestado. Fue aislado, olvidado, ninguneado. Él achaca la mayoría de sus problemas a la inquina del Opus, y esto, de lo que ha hablado innumerables veces, era de lo que no quería seguir hablando. Por eso le incomodaba hacer la entrevista.

Porque además usted siempre dice lo que piensa, no se reprime nada...

Pues sí, porque hay una cosa muy clara, soy un hombre de fe y creo que hay que dar cuenta a Dios de la propia vida. El hecho de morirme lo he estudiado con bastante cuidado, y estoy dispuesto a morirme pero con la conciencia tranquila, y eso, en algunas situaciones como las que a mí me han tocado, resulta que es difícil. En algunos momentos molestas, y en otros momentos molestas más todavía. Como es natural, me han querido comprar de muchas maneras, como suele suceder en tantos casos. Yo podría haber sido lo que me diera la gana, pero he preferido esa tranquilidad de conciencia.

Supongo que además la familia le debe de decir: hombre, no sigas haciendo declaraciones conflictivas, ¿no tienes ya edad de tomarte las cosas con más cautela?

No, mira, en eso tengo la ventaja de que mi mujer siempre ha tenido bien claro que ni¡ actitud era la que yo debía y quería tener, y ella ha sufrido todas las cosas conmigo... En realidad, sabes, hay personas que tienen miedo y quieren hacerse perdonar. y ésas son las que te hacen la vida imposible. Quiero decir que hay gentes que no son del Opus y que, por hacerles un favor a los del Opus, son más enemigos míos que nadie. Se pasan de obsequiosos, vamos.

Ha dicho usted muchas veces que ha tenido que atravesar el desierto, que se ha encontrado muy abandonado, que se ha sentido perseguido, que ha sido muy duro...

Infinitamente. Eso mi mujer lo sabe muy bien. Yo tuve que cerrar el estudio porque estuve todo un año sin recibir ni un solo encargo. Me pasó que, al salir del Opus, tenía muchas cosas en marcha, había una gran inercia de trabajo, de modo que de primeras no hubo ningún cambio. Yo había empezado a trabajar muy fácilmente desde que salí de la escuela. y nunca necesité al Opus para colocarme. Luego me dieron el premio ese de Viena...

La Medalla de Oro de la Arquitectura.

Sí, que fue la primera cosa que hicieron en el extranjero de reconocimiento de algo español en la España de Franco, y eso también tuvo cierta repercusión y... Total, que la bola siguió con la inercia durante unos cuantos años. Pero luego los enemigos ya me pusieron la proa y cuando la gente quería encargarme algo veía que tenía enemigos poderosos y decían: no, no, yo ya tengo mis propios enemigos, no me voy a echar encima además los de éste. Y no me encargaban nada. Y así, año tras año, fueron bajando las obras, hasta que a principios de los setenta tuve que cerrar el estudio y ya nunca lo he vuelto a abrir. En el estudio tenía a cuatro o cinco personas que llevaban conmigo veinte años, y me encontré con que yo no tenía dinero ni para pagarles. Y tuve que malvender muy malvendido un chaletito que me había construido en Mazarrón, hasta con muebles y todo lo vendí por dos millones.

De modo que ha pasado por verdaderos apuros económicos...

Lo pasamos muy mal, muy angustiosamente, muy de mala manera, sin hacer prácticamente nada. Y más o menos seguimos igual, eh…

Pero ahora acaba de hacer dos obras. Un teatro en un pueblo de Sevilla y el polideportivo de Getafe, que es una obra que ha ganado por concurso; a su edad, eso es, casi como para entrar en el libro de récords del Guinness.

Pues es que un día vinieron dos chicos que estaban terminando arquitectura y me dijeron: queremos trabajar contigo. Pero si no tengo trabajo... Pues hacernos lo que sea. Pues bueno, hacemos lo que sea. Yo ya no tenía el estudio, y entonces cogí una habitación que tenía aquí abajo para los niños y la convertí en sitio de trabajo. Y ellos trajeron a dos chicas que también estaban terminando la carrera y los cinco nos dijimos, bueno, no sé, vanos a presentarnos a concursos.

LA ELEGANCIA DEL ARQUITECTO. Nació en Daimiel (Ciudad Real), en 1913. Pero no aparenta en absoluto la edad que tiene. Viste de forma pinturera, con moderna elegancia.

Y lo primero fue un concurso en Almería, un instituto de segunda enseñanza. Estaba en un solar que no cabía, fue un proyecto muy complicado. El tribunal estaba compuesto por el alcalde, el secretario, el no sé qué y, además, según las bases, "un arquitecto de reconocida solvencia", y el tal arquitecto era una señora de quien yo no había oírlo hablar en mi vida. Total, que se inscribieron cincuenta y al final presentamos el proyecto ocho, y yo quedé el último. Un profesor de la Escuela de Arquitectura en Madrid quedó el penúltimo y decía: estoy orgullosísimo, estoy con Fisac... Nos lo tomamos un poco a broma y dijimos, bueno, pues nada, vamos a presentarnos a otro concurso. Y salió esto de Getafe y éste sí nos lo dieron.

"Hay dos cosas que siempre me han ofrecido y no he querido aceptar: entrar en política y ser profesor en Arquitectura"

La casa de Fisac sigue pareciendo hoy muy moderna, aunque han pasado 47 años desde su construcción. También es una casa un poco raída, con ese desgaste amable de los sitios muy vividos. Es un lugar sencillo, equilibrado limpio, lleno de aire. El aire parece ser un elemento importantísimo para Fisac; de hecho, él define la arquitectura como “un trozo de aire humanizado”. Resulta chocante pensar que este hombre tan amante de los espacios abiertos se haya pasado un año “menos diez días” encerrado en un zulo de dos metros por un metro y medio en el que era imposible ponerse de pie. Sucedió hace mucho.

"Yo estaba estudiando arquitectura y estaba en una pensión con unos compañeros y desde allí vimos la proclamación de la República, vimos salir a Alcalá Zamora al balcón y sacarla tricolor. Y nos hicimos republicanos, como todo el mundo, porque aquello fue un sentimiento unánime en España, había una simpatía general por la República. Yo había hecho el servicio militar ese año de cuota, fuimos los últimos soldados de cuota, que por cierto aquello era una vergüenza porque íbamos todos en coche y... El marqués de Gamazo nos achantó a todos porque llegó con Rolls y con chófer y lacayo a hacer la instrucción como soldado. Pero el caso es que estalló la guerra y llamaron a mi quinta, y familiares y amigos me aconsejaron que no me presentara, de modo que mandé un certificado médico. Yo estaba en Daimiel, en casa de mi padre, que tenía abierta la farmacia. Y los otros chicos que sí que se presentaron y que eran señoritos, y no muy señoritos, pobres, pues antes de llegar a Getafe los bajaron y los fusilaron, y a mí me hubiera sucedido lo mismo. Entonces vi que en el techo había un artesonado y pensé que podría hacer un hueco para llegar a la cámara de aire. Y eso hice escondidas, porque teníamos dos muchachas que se habían pasado al Socorro Rojo y a las que no, había que dar motivo de sospecha. Hice un agujero y una escalera de trovador, y para entrar tenía que pasar primero un brazo y la cabeza, giré cabían justas en el hueco, y luego retorciéndome entraba el otro hombro...".

Y allí se pasó usted un año, sin luz, con una vela, comiendo un huevo al día que cocía en la llama de la vela, y bajando solamente una vez cada quinté días para sácar los residuos y adecentarse. ¿En que pensaba usted en esas horas larguísimas?

Pues el caso es que yo me dije: si me pongo a pensar en esto me vuelvo loco. De manera que organicé mis días para que estuvieran llenos de cosas. Leía la misa. Luego leía un poco del Quijote, luego hacia tal cosa o tal otra. Los días pasaron rápidos.

¿No pensó usted en la muerte?

No, era una época en la que no pensabas en eso. Eso sí, me subí el revólver de mi hermano, que era guardia civil, y también me subí el billete más grande que había, no sé si era de 500 pesetas. Y me dije: si me descubre alguien, primero intento comprarlo y, si no, le pego un tiro. Afortunadamente no lo tuve que hacer, pero me faltó el canto de un duro, porque un día oí los golpes que eran la contraseña que había establecido con mi hermana para avisarme de un grave peligro, y, en efecto, resultó que habían subido unos milicianos al tejado. Yo apagué mi vela y vi que caminaban por arriba y que empezaban a quitar las tejas a abrir el carrizo, que entraba por allí una luz tremenda, y hubo un momento en que uno de los hombres metió la mano, tuve la mano de un miliciano a menos de medio metro de distancia, y yo estaba ahí, con una pistola en un lado y un billete en el otro... y cuando estaba esperando que apareciera el rostro del hombre, alguien le dijo algo, se pusieron a hablar y luego se fueron. Por lo visto, habían subido a quitar la antena de la radio.

Después de aquello consiguió pasarse a las filas franquistas y por fortuna (porque le repugna la guerra como ha declarado muchas veces), fue empleado como chofer y se dedicó a traer y llevar soldados al frente. Terminada la contienda, Fisac regresó a la carrera de arquitectura. Por cierto, que la suya fue una vocación muy rara. Carecía de antecedentes familiares; su padre, como ya se ha dicho, tenía una farmacia, y a Miguel le gustaban mucho las ciencias naturales, pero de repente, y de forma inexplicable, se le metió en la cabeza la idea de ser ni arquitecto.

''La verdad es que no entiendo el porqué de esta pasión. Recuerdo que tenía nueve años y que un día estaba todavía en la cama, antes de levantarme, y que me dije: yo quiero ser arquitecto. No me lo explico, porque sólo conocía a un arquitecto y además no ejercía, sino que era jefe de bomberos en Madrid. Y además hacer la carrera me costó trabajo, no con las matemáticas, que siempre me dieron bien, sino con el dibujo”.

¿Ah, sí? Pero si usted pinta, e incluso ha hecho una exposición.

Pues sí, pero la verdad es que tuve problemas con el dinujo en la carrera. Hay un dicho de Cristina de Suecia que dice: “Querer es poder”, y yo me lo tomé al pie de la letra, y me dije: o eres arquitecto o no eres nada. Así es que me iba cada semana un par de veces al Museo del Prado, y a las exposiciones del Círculo de Bellas Artes, y me subía al tranvía y me ponía a dibujar a la chica que iba enfrente...

Por otra parte, usted siempre ha ido arquitectónicamente contra corriente. Cuando empezó a trabajar en España triunfaba el estilo imperial...

Bueno, sí, el panorama era un desastre. Lo primero que hice fue lo del Consejo de Investigaciones Científicas, con columnas y esas cosas, tomado un poco del novecento italiano. Pero cuando ya lo vi hecho no me gustó. Y me dije, tengo que hacer algo distinto. Y empecé a estudiar a los avanzados, a la vanguardia, con Le Corbusier y todo eso. Fui pensando y evolucionando a mi manera. Nunca fui un teórico, los libros de arquitectura me aburren. Fui viajando y viendo cosas. Y así he ido desarrollando una manera de hacer. Primero hay que preguntarse para qué sirve aquello que te encargan, después dónde está... Esto del dónde me lo enseñaron los del movimiento moderno, porque me pareció un desprecio tan olímpico el que hacían del paisaje y de las vecindades que tenían que... Sobre todo Mies van der Rohe, el de más categoría, pero que estropeó una plaza en Berlín.

O sea que cuando dice usted que eso se lo enseñaron los del movimiento moderno se refiere a una enseñanza negativa. Lo que aprendió fue que no quería hacerlo así.

Eso es. Uno tiene que preguntarse primero el para qué de la obra, y luego el dónde. Si está en medio del campo, o en la costa, o en el Pirineo. Hay que hacer las cosas de manera distinta, desde los materiales a todo, dependiendo del lugar.

Sus cuatro pasos de actuación son el para qué, el dónde, el cómo, que es la resolución técnica, y el no sé qué, que es el gusto, el sentido estético, la belleza.

El sentido del gusto es una cosa muy difícil de explicar, yo lo cogido viendo las cosas que me gustaban y después estudiando por qué me gustaban. La arquitectura japonesa me ha enseriado muchísimo.

En las entrevistas que hizo inmediatamente después de recibir el Premio Nacional, dijo usted que Le Corbusier y Mies van des Robe eran un camelo.

Bueno, dicho así es un poco... Yo fui a aprender de ellos enseguida vi que no, que no. La primera cosa que vi de Le Cobusier fue el pabellón suizo de la ciudad universitaria de París, y analicé un poco la obra y vi que no llegaba.

Yo he estado en Chandigar, la ciudad utópica que creó en la India para Nehru en 1953, y desde luego es algo completamente contrario a la idea que usted tiene de una arquitectura humanizada. Es una ciudad que parece hecha sin tener en cuenta los problemas de conservación de los edificios, el clima, las costumbres del país... Hoy es un lugar ruinoso y bastante horrible.

No he visto Chandigar pero desde luego creo que Le Corbusier no sabía nada. Ni el para qué, ni el cómo, ni nada. Eso sí, era un comunicador impresionante. Hay una anécdota tremenda que lo define completamente. Un arquitecto mexicano amigo mío llegó un día al estudio y me dijo: vengo de París, indignado. Iban a tener un congreso de arquitectura en México al año siguiente, y habían pensado en invitar a una figura eminente; decidieron que fuera Le Corbusier y que, en vez de escribirle una carta, alguien debía ir a Paris a pedírselo en persona. Le tocó ir a mi amigo, y llegó al despacho de Le Corbusier y explicó que quería verlo y por qué. Le dieron una cita para dos o tres días después, mi amigo fue, le tuvieron esperando una hora y al fin se abre la puerta y entra Le Corbusier. Se saludaron de pie y de pie se quedaron, porque a mi amigo no le ofrecieron sentarse. Entonces el hombre explicó a lo que venía. Y Le Corbusier, como un palo sin hacer un gesto. Y al final dijo: "¿Usted por qué cree que Dios es importante?". El otro se quedó... Y contestó el propio Le Corbusier: "Porque no se le ve. Adiós". Y lo echó.

En general usted siempre ha hecho lo que quiso. Le ofrecieron construir un rascacielos en Benidorm y se negó.

Me ofrecieron el rascacielos de Benidorm. Me dijeron, es una playa que no tiene ninguna construcción... Y yo, que por entonces estaba indignado porque estaban estropeando todas las playas del país, les dije: miren ustedes, si no tuviera dinero para darles de comer a mis hijos a lo mejor les decía que sí, pero, vamos, tendría que ser una cosa muy grave para que aceptara esto. Y ellos se escandalizaron, porque había muchísimo dinero en juego. Hubieran sido los mayores honorarios que jamás he cobrado, pero mientras uno pueda evitar estas cosas, pues...

En alguna entrevista dijo que los únicos mamarrachos que habla hecho en su vida habían sido algunas residencias del Opus.

Ah, sí, pero de decoración, porque monseñor Escrivá tenía un gusto deplorable, de relumbrantes y de dorados y de retorcidos. Y claro, sobre todo en dos residencias que hice tuve que aceptar que me pusieran alguna cabeza de ciervo en una chimenea y cosas así. Pero, vamos tampoco me impusieron grandes cosas contra mi voluntad. Y, además, siempre he procurado que las obras se hagan al gusto de los clientes. Siempre puede uno cambiar una solución por otra.

También es usted Inventor. Ha registrado una quincena de patentes, desde vigas de hormigón a ladrillos especiales, lámparas, muebles...

Eso de los muebles se lo debo a Loscertales. Había una casa de muebles que se llamaba Loscertales, que eran una imitación del estilo Isabel II y eran horribles. Y en cuanto que dejabas una habitación libre enseguida te la llenaban de cornucopias y cosas así. De modo que los inventos los hice por necesidad, para que ya no me pudieran meter más muebles y destrozarme las habitaciones.

Y ahora está con una última patente, su invento más importante, un método de prefabricación de casas.

Sí, es un invento muy gordo que yo no veré, pero que se hará, aunque llevará su tiempo. Es que los materiales prefabricados que hay me parecen horribles, todos consisten en hacer grandes piezas de hormigón... Pero si el hormigón es algo que se puede transportar fácilmente, porque es líquido... A mí me encantan las patentes de sentido común; por ejemplo, la máquina de coser del señor Singer, que consistió en inventar una aguja con el ojo en la punta.

El huevo de Colón.

Eso es. Y lo del hormigón es un inventó de este tipo, y revolucionará la forma de trabajo. Porque los obreros de la construcción sólo tendrán que hacer unos paneles que podrán hacer en sus casas, por módulos, y serán trabajadores autónomos; y trabajarán a la hora que quieran y las horas que quieran. Y luego llevaran los módulos al lugar de la construcción y se echará el hormigón dentro.

Se ha ido haciendo de noche mientras hablamos, y la oscuridad ha borrado de los ventanales la amenaza urbanizadora de Sanchinarro. Entra en la sala la esposa de Fisac, la escritora Ana Maria Badell, que es una mujer bellísima. Lleva la cara sin pintar, viste unas juveniles ropas medio hippies y sus ojos son como dos brillantes canicas de porcelana azul. Aparenta estar en los últimos cincuenta o rozándo los sesenta, pero eso es imposible porque se casaron hace 47 años. El tiempo, en fin, parece funcionar de una manera rara dentro de esta casa. Y no sólo el tiempo: se diría que también la realidad tiene aquí una consistencia distinta, más sencilla, más auténtica. Contemplo a Miguel Fisac en la penumbra, tan pequeño y lleno de energía como un gnomo, y admiro su resistencia, su contumacia, esa increíble capacidad de supervivencia que le permitió superar el zulo o atravesar el desierto de los años malos sin rendirse. Después de pasarse mucho tiempo sin trabajar, vuelve a ganar concursos; después de haber sido ninguneado, hoy es uno de los arquitectos más admirados por los jóvenes estudiantes: "A mi no me gusta ser profesor, no me veo aprobando y suspendiendo, no sé. Pero una cosa que sí que hago es que vienen treinta o cuarenta chicos aquí y se sientan en el suelo y me preguntan y yo hablo de arquitectura un par de horas, eso sí me gusta porque les cuento lo que yo siento de la arquitectura, y siento mucho, porque tengo verdadera obsesión". Incluso el traumático derribo de la Pagoda, uno de los edificios más emblemáticos de Fisac, que fue incomprensiblemente permitido por el Ayuntamiento de Madrid hace cuatro años, terminó convirtiéndose en algo bueno para el arquitecto, porque generó un verdadero escándalo social y un aluvión de apoyos. Es como si, a la larga, este hombre diminuto pudiera con todo.

"Una vez que sale el espíritu del cuerpo pasas a otra cosa. Yo estoy completamente convencido de que no me voy a morir"

En una entrevista que hizo en 1982 decía usted que estaba "estudiando para viejo". ¿Ya ha aprobado esa materia?

Pues sí, pues sí. En realidad, cuando cumplí 70 años me dije: una de las cosas que ahora ya tienes en primera línea es morirte. Y entonces empecé a estudiar un poco la muerte. Vi que era algo que utilizaba mucho la gente que mandaba. Es decir, utilizan el miedo a la muerte, porque por ese miedo la gente acepta todo lo habido y por haber. Luego lo primero que hay que hacer para ser libre es perder el miedo a morir. ¿Y cómo se consigue eso? Pues yo empecé a estudiar por un lado y por otro e hice grandes descubrimientos. En primer lugar descubrí que no se puede contar ni con la sociedad civil ni con la religiosa, porque ambas cuentan con la muerte como arma muy poderosa; de manera que no quieren apaciguar el miedo. Y luego, buscando descubrí dos cosas muy importantes para mí una en el registro religioso y otra en el científico.

“Yo no perdí la fe cuando me fui del Opus”

Yo no perdí la fe cuando me fui del Opus. Espiritualmente considero que están muy equivocados los del Opus, lo cual es una pena, porque hay gente muy buena. Siempre digo que hay que diferenciar entre la organización, el Opus Dei, que me parece muy mal, y la gente que está dentro, que muchos de ellos son personas buenísimas e inocentes a las que obligan a rezar y a hacer una serie de cosas que no hace maldita la falta. Si hay Díos ese Dios es bueno, y lo que tienes que hacer es amar a Dios y al prójimo y se acabó, todo eso del dogma y la moral son cuentos chinos. En fin, el caso es que yo me puse a buscar por otro lado y encontré a una figura que desconocía porque no la conoce casi nadie, que es Jacob Lorber un músico y profesor que tuvo una visión interior y que durante 24 años, de 1840 a 1864, escribió lo que esa visión le decía.

“Yo me puse a buscar por otro lado y encontré a Jacob Lorber, un músico y profesor que escribió lo que una visión interior le decía durante 24 años, de 1840 a 1864.... Y los tres premios Nobel de este año van por el mismo campo. Y Lorber hablaba de esto ya en 1840.”

Y eso es lo más cercano que ha encontrado usted a su propia idea espiritual.

Sí, lo más cercano. Y por otro lado he encontrado una ciencia, que es la ciencia moderna. Es decir, la física supuestamente se acababa con Newton, pero no se acabó, sino que siguió. Y llegaron Einstein, y Planck, y luego vino le mecánica cuántica, tienen que inventarse una mecánica distinta de la de Newton para poder explicarse lo que ya conocen, y llega un momento en que la física se encuentra con el espíritu, ya no estamos hablando de materia sino de antimateria. Y luego llega Heisenberg, que es el inventor de la teoría de la incertidumbre, que se acerca ya a lo espiritual...

O sea, al misterio...

Exacto, al misterio. Y los tres premios Nobel de este año van por el mismo campo. Y Lorber hablaba de esto ya en 1840. Hace muchos miles de años empezó el tiempo, antes no existía el tiempo. Y nosotros como humanos, estamos en el tiempo y estamos en la materia, pero cuando salgamos de la materia no es que se haya acabado todo, es que se ha acabado la materia. Y hay muchos testimonios de gentes qué han estado en coma y luego han vuelto, y que han visto luces, cosas. En realidad uno no se muere. Lo de la muerte es un paso que puede ser sencillo, o durísimo, o medio duro. Pero una vez que sale el espíritu del cuerpo simplemente pasas a otra cosa. En fin, yo estoy completamente convencido de que no me voy a morir.

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