Juan 21:25: Han pasado ya dos milenios

Hay una traducción que no se conoce en el mundo hispanohablante; sin embargo, es muy interesante. Se trata de la traducción alemana de Martín Lutero de 1545, y dice así (transcrito al español):

“Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, que si se escribiesen cada una por sí, pienso que el mundo no podrá comprender los libros que habrían de escribirse.”

(Juan 21:25)

Quiero resaltar esta parte:

“...pienso que EL MUNDO NO PODRÁ COMPRENDER los libros que habrían de escribirse.”

Las traducciones en casi todas las Biblias en español dicen algo más o menos así:

“...pienso que EN EL MUNDO NO CABRÍAN los libros que habrían de escribirse.”

Si la Biblia es un libro que enseña la doctrina espiritual de Jesús, ¿por qué las traducciones en español desvían la atención hacia un tema terrenal?

La traducción de Lutero tiene más sentido porque indica que esas otras cosas que realizó Jesús estaban muy lejos de ser comprendidas por el mundo de esa época. Por eso, Juan pensó que no debería perder el tiempo escribiéndolas ya que el mundo no tendría la capacidad de comprender.

Ahora la pregunta es: Han pasado ya unos dos milenios, ¿el mundo está ahora en capacidad de comprender esas otras cosas?

Pienso que sí, pero alguien podría refutar:

“¿Así? ¿Y dónde están escritas esas otras cosas maravillosas que Jesús hizo y que Juan se negó a escribirlas?”

Pues, la buena noticia es que ya están escritas desde el siglo XIX en Europa. Por ejemplo:

La curación de un leproso en Sicar

Cuando Jesús llegó a la llanura, se encontró en el camino con un leproso. Este se levantó, se dirigió hacia Jesús y le dijo con voz lastimera:

—Señor, si quisieras, ¡Tú podrías purificarme!

Jesús enseguida extendió sus manos sobre él y le dijo:

—¡Así sea, que estés puro!

En ese mismo momento, el enfermo quedó curado de su lepra, y todas las protuberancias, mugres y costras desaparecieron de repente. La enfermedad estaba tan avanzada que ningún médico la podía curar. El pueblo quedó asombrado al ver lo rápidamente que el hombre había sido sanado.

El hombre curado quiso empezar a alabar a Jesús en voz alta, pero Él le advirtió y le dijo:

—De momento dilo solamente al sumo sacerdote y a nadie más. Él está con mis discípulos. En cuanto sepa que estás curado, ve a tu casa a buscar la ofrenda para el altar que Moisés determinó.

El purificado hizo lo que Jesús le mandó. El sumo sacerdote estaba sumamente asombrado y exclamó:

—Si un médico me hubiera dicho que iba a curar a este hombre, le habría respondido: ‘¡Imbécil, vete al Éufrates y procura sacarle el agua con cubos! Por cada cubo que saques, el río te devolverá miles. Sin embargo, te sería mucho más fácil secar el Éufrates que curar a este hombre, cuya carne ya estaba pudriéndose y supurando.’ ¡Y el hombre que reconocemos como Mesías lo consiguió simplemente con su palabra! Esto lo prueba todo: ¡Él es el verdadero Cristo y no necesitamos más demostraciones!

Después de esta exclamación, el sacerdote corrió hacia Jesús y cayó de rodillas:

—¡Señor, déjame adorarte! No eres solamente Cristo, el Hijo de Dios, sino que eres Dios mismo encarnado entre nosotros.

Jesús le contestó:

—Amigo, está bien así. Ya os enseñé que debéis rezar con tranquilidad y nada más. No hagáis hoy demasiado y mañana demasiado poco. En todo hay que aplicar la medida justa. Si a la túnica le añades el manto, habrás hecho suficiente para que el pobre sea tu amigo para siempre. Pero si le das toda la ropa que tienes, se quedaría desconcertado y pensaría que le quieres avergonzar o que estás mal de la cabeza. Ya ves: si sobrepasas la medida justa, el resultado no será el mejor.

Con esta explicación, el sumo sacerdote quedó más que satisfecho y pensó para sí:

—Es verdad, Él tiene razón en todo lo que dice. Si hacemos más o menos de lo necesario, el resultado será malo o inútil. Si hoy diera hasta las entrañas y mañana viniera alguien aún más pobre, ¿qué le daría? ¡Qué sufrimiento para mi corazón no poder ayudarle! El Señor tiene razón en todo lo que dice y siempre sabe indicar la mejor medida. ¡A Él sea dada toda la honra, la gloria y el fervor de todos los corazones!

Fuente: Gran Evangelio de Juan, tomo 1, capítulo 46, recibido por Jakob Lorber.

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