El nacimiento del niño Jesús
De este modo la piadosa familia llegó hasta un lugar a unas seis horas de Belén, donde quiso descansar un poco al aire libre.
En este momento, a José le pareció que María estaba sufriendo y pensó un tanto confundido:
«¿Qué pasa ahora? La expresión de su cara me dice que está sufriendo y los ojos los tiene llenos de lágrimas. ¿Tal vez se esté acercando la hora?».
Entonces José la miró más de cerca y se asombró al ver que se estaba riendo.
Por eso le preguntó: «María, dime, ¿qué te pasa?».
«Mira, ahora tengo dos pueblos ante mí. Uno de los dos lloraba, por lo que yo también tenía que llorar.
Pero el otro se me presentó lleno de alegría e hilaridad, de modo que tuve que reírme con él. Esto es lo que has visto en mi cara, dolor y alegría».
Oyendo esto, José se calmó porque sabía que María a veces tenía visiones. De modo que siguieron su camino hacia Belén.
Pero, antes de llegar allí, María llamó a José:
«Escucha, José, ¡el niño empieza a apretar con fuerza. Así que déjanos parar!».
José se asustó profundamente porque comprendió que en este momento tan inoportuno había llegado la hora.
Por eso les hizo detenerse a todos. Y de nuevo María se dirigió a José:
«Bájame de la burra, el niño me está apretando porque quiere salir, ¡ya no puedo resistir!».
«Por Dios, ¿no ves que por aquí no hay albergue?», le preguntó José. «¿Dónde quieres que te deje?».
«Mira allí en la montaña hay una gruta; no habrá más de cien pasos hasta ella», le respondió María. «Llevadme allí porque me es imposible seguir adelante».
José dirigió la pequeña caravana hacia allí, y al llegar se alegró de encontrar algo de paja y heno, pues la gruta servía de establo de emergencia a los pastores. De modo que pudieron preparar en ella un lecho modesto para María.
Cuando el lecho estuvo preparado, José la acostó y ella empezó a notar cierto alivio.
Una vez que María estuvo atendida, José dijo a sus hijos:
«Los dos mayores ocupaos de María y atendedla caso de que sea necesario, en la medida justa. Y me refiero especialmente a ti, Joel, por los conocimientos que en esta especialidad adquiriste de mis amigos de Nazaret».
A los otros tres hijos les ordenó preocuparse por el buey y la burra, y les dijo que procurasen meter también el carro en la gruta ya que esta era bastante grande.
Algo después José informó a María que iba a salir: «Iré a la ciudad de mi padre. A ver si encuentro una comadrona; voy a traerla lo antes posible».
José salió de la gruta. Como era muy tarde y el cielo estaba completamente despejado podía ver las estrellas.
Dejemos que José explique con sus propias palabras lo que al salir de la gruta había experimentado.
De modo que José, cuando volvió a la gruta con la comadrona y vio que María ya había dado a luz, dijo a los suyos: «Hijos, se están anunciando cosas maravillosas. Ahora empiezo a entender las palabras que en la víspera del viaje me dijo la voz. Es cierto que si el Señor no estuviera entre nosotros, aunque sea invisiblemente, no podrían suceder cosas tan maravillosas como las que acabo de experimentar.
¡Fijaos en esto!: Cuando salí de la gruta tuve la impresión como si no anduviera. Vi que la luna llena que estaba cerca del horizonte no se movía y asimismo vi que las estrellas no subían ni bajaban. Todo parecía estar quieto.
Vi muchos pájaros posados en las ramas de los árboles, todos con las cabezas vueltas hacia la gruta y vi que estaban temblando como si presintiesen que un fenómeno natural se preparaba; y no se dejaban asustar por gestos ni gritos.
Y bajando la vista del cielo vi unos labradores cerca de mí, sentados alrededor de un plato hondo lleno de comida.
Todos estaban inmóviles, y algunos de ellos tenían sus manos en el plato sin poder servirse la comida. Mientras que los que habían logrado servirse algo, permanecían inmóviles con sus manos ante la boca, sin poder abrirlas. Los ojos los tenían dirigidos hacia el cielo como si vieran cosas grandiosas.
También vi como un pastor intentaba empujar a sus ovejas. Sin embargo no se movían y la mano del pastor, levantada para golpearlas, quedó suspendida en el aire como paralizada.
También vi un rebaño de corderos con sus cabezas inclinadas para beber, pero que no podían hacerlo puesto que también estaban paralizados.
Luego vi un arroyo que terminaba en cascada; pero lo extraño era que el agua estaba parada sin seguir su camino. De modo que tuve la impresión de que toda la vida se hubiera parado.
Cuando me quedé así, sin saber si estaba andando o parado, al fin vi algo con vida.
Era una mujer que bajaba del monte dirigiéndose directamente hacia mí; y cuando se encontró a mi altura me preguntó: “Amigo, ¿a dónde vas a esta hora?”.
“Estoy buscando a una comadrona”, le respondí, “pues hay una mujer a punto de dar a luz en la cueva”.
La mujer me preguntó: “¿Es de Israel?”. Le respondí: “Sí señora, somos todos de Israel y David es nuestro padre”.
“La mujer que está a punto de dar a luz, ¿es tu mujer, una pariente o una criada?”, insistió ella.
A esta pregunta le dije que era mi mujer: “Únicamente ante Dios y el sumo sacerdote, y desde hace muy poco. Sin embargo cuando concibió aún no era mi mujer. Por el testimonio de Dios el Templo me la había dado en custodia; pues ella había recibido su educación en el Templo.
Pero no te extrañes por el embarazo, pues concibió por obra y Gracia del Espíritu Santo”. Estupefacta, ella insistió: “¡Buen hombre, te ruego que me digas la verdad!”, con lo que le invité a acompañarme para que pudiera convencerse aquí mismo».
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