Envejecer es una bendición para el alma

Dijo el Señor:

«Escuchad, Mis queridos amigos, vuestro deseo es muy loable, pero también algo egoísta; porque cuando aún erais personas jóvenes, sanas y vigorosas, y no pensabais en una muerte amarga como ahora en vuestra edad avanzada, el mundo con sus tesoros era todo para vosotros. Solo buscabais los bienes terrenales perecederos, que acumulasteis en gran cantidad a través de negocios y transacciones. Además, no despreciasteis las diversiones mundanas y disfrutasteis de todo lo que el mundo ofrecía como placentero y deleitable. En aquel entonces, pensabais poco en algún Dios, en algún sabio del mundo, o en palabras consoladoras y fortalecedoras para vuestro corazón.

Cuando comenzasteis a rondar los cincuenta años y las fuerzas de vuestro cuerpo empezaron a menguar, y visteis a muchos de vuestros buenos amigos y conocidos desaparecer de esta vida, algunos en medio de grandes dolores y sufrimientos, os volvisteis más serios en vuestra mente y os preguntasteis: ‘¿Cuánto tiempo más podremos resistir? ¿Existe, según las enseñanzas de nuestros sacerdotes, otra vida después de esta, ya sea mejor o peor, o tal vez ninguna? ¿Quién en el mundo puede darnos una prueba sólida y segura al respecto?’

Otros, que no miraban la vida con tanta seriedad y se preocupaban menos por la muerte, os decían: ‘Leed a Platón, Aristóteles, Pitágoras, y ya comprenderéis cómo es la vida en el más allá’.

Lo hicisteis con gran entusiasmo, pero no lograsteis obtener claridad. Recurristeis a los oráculos, que os dejaron aún menos satisfechos. Escuchasteis entonces que la verdadera sabiduría sobre este tema residía entre los esenios y en las escrituras y libros de los antiguos judíos. Por eso viajasteis a Essaea, pero tampoco encontrasteis lo que esperabais. Conseguisteis los escritos de los judíos, los leísteis de principio a fin, pero tampoco pudisteis entenderlos; solo que con esto ganasteis que os apartasteis de vuestros múltiples dioses y empezasteis a creer en la posible existencia de un solo Dios.

En esta búsqueda, que ha durado casi veinte años, mientras alcanzáis ya los setenta años, os habéis vuelto débiles, fatigados y afectados por diversas enfermedades del cuerpo y del alma. Habéis visitado varios centros de curación y finalmente este centro, del que habéis escuchado mucho elogio, con la esperanza de recuperar algo de vuestra salud física para investigar el sentido de la vida con mayor claridad.

Motivados por Mi consejo, subisteis esta montaña cjunto a nosotros y ahora sentís, según vuestro propio testimonio, que estáis mucho mejor que antes, abajo en la llanura. Y como os sentís mejor, deseáis oír de Mi boca aquello que durante veinte años de creciente tribulación no habéis podido comprender plenamente, a pesar de vuestros esfuerzos.

Sí, quien busca seriamente en su vejez lo que en su juventud podría haber encontrado fácilmente con mucho menos esfuerzo, si no lo hubieran distraído el mundo placentero y su propia frivolidad, también lo encontrará; pero solo después de haber purificado su alma de todas las impurezas y manchas materiales.

Si el hombre mantuviera una juventud eterna y permaneciera siempre fresco, animado y alegre, aquello que empezasteis a buscar hace veinte años le sería tan indiferente como lo fue para vosotros en vuestra juventud. Sin embargo, la creciente debilidad y las dificultades de la vejez, junto con la cercanía del final de la vida corporal, obligan al alma amante de la vida a interesarse por la esencia misma de la existencia y a indagar por la posible validez de las creencias populares que el pueblo cree a ciegas.

Las respuestas oscuras y dudosas que encontrasteis en vuestra búsqueda y exploración son purificadas a través del temor a la muerte del cuerpo físico, el temor del amor mundano que mantenía al alma atrapada, ciega y sorda. El alma entonces empieza a despreciar y huir de los placeres de este mundo que antes os parecían deliciosos, liberándoos de sentimientos que os mantenían cautivos en el juicio y la muerte de la materia.

Pero si el alma, incluso durante la vejez, pudiera rejuvenecer la materia perecedera de su cuerpo mediante algún arcano, permanecería nuevamente satisfecha en su tumba ambulante y no se preocuparía por su propia vida. Por eso, Dios, motivado por Su eterno amor, ha dispuesto que durante esta vida terrenal que prueba el libre albedrío el ser humano debe envejecer, debilitarse y fatigarse, especialmente aquel que en su juventud estuvo demasiado apegado a la materia de este mundo temporal. Así, finalmente, su alma, que había sido retenida tanto tiempo por la muerte, puede elevarse con seguridad hacia la vida eterna.

Cuando el alma, con la ayuda de su oculto Creador y Señor, se ha liberado del juicio de la materia y, a través de su esfuerzo activo, ha encontrado dentro de sí mismo su verdadera esencia en la luz de la vida interior, entonces el alma se convierte en dueña de la materia y de su muerte, que ya no teme como antes. Apenas se preocupa por la vejez y la debilidad del cuerpo, porque el alma misma se ha vuelto sana, fuerte y llena de consuelo.

¡En esto consiste lo que habéis buscado y finalmente encontrado aquí! Porque quien busca con seriedad que encuentre lo que busca. Quien llama a la puerta verá cómo se le abre, y quien pide recibirá lo solicitado.

Lo que finalmente habéis encontrado aquí, después de haber buscado durante tanto tiempo y con tanta angustia, se os hará claro y evidente durante nuestro diálogo siguiente. Pero ahora os corresponde a vosotros expresar abiertamente ante nosotros cómo habéis entendido lo que Yo os he dicho. Pues no se puede terminar una casa que se está construyendo sin antes asegurar que el cimiento, que debe sostenerla, esté completamente firme».

Fuente: «El Gran Evangelio de Juan», Volumen 9, Capítulo 154: La búsqueda espiritual de los griegos. (GEJ 9.154.1-13)


Texto original en alemán

Das Altern ist ein Segen für die Seele

Sagte Ich:

„Höret, Meine lieben Freunde, euer Wunsch ist ein sehr löblicher wohl, aber dabei dennoch etwas eigennützig; denn als ihr noch junge, gesunde und rüstige Leute waret und nicht, so wie nun in eurem Alter, an einen bitteren Tod dachtet, da war die Welt mit ihren Schätzen euch alles, und ihr trachtetet denn auch nur nach diesen vergänglichen Erdengütern, die ihr denn durch allerlei Handel und Wandel euch in großer Menge gesammelt habt. Daneben habt ihr denn auch allerlei Weltlustbarkeiten nicht verachtet und habt alles mitgemacht und genossen, was die Welt nur immer als vergnüglich und lustreizlich aufzubieten vermochte. In jener Zeit dachtet ihr wenig an irgendeinen Gott oder an irgendeinen Weltweisen und ebensowenig an ein tröstendes und euer Herz stärkendes und erleuchtendes Wort.

Als ihr aber nahe die fünfzig Jahre Alters zu zählen begannet und eures Leibes Lebenskräfte matter zu werden begannen und ihr gar manchen eurer guten Freunde und Bekannten aus diesem Leben verschwinden sahet, und manchen unter vielen und bitteren Schmerzen und Qualen, da ward es euch ernster im Gemüte, und ihr fragtet euch: ,Wie lange kann es denn mit uns noch dauern? Gibt es nach diesem Leben nach unserer Priester Lehre wohl ein anderes, entweder besseres oder auch noch schlechteres Leben, oder gibt es keines? Wer in der Welt kann uns darüber einen haltbar sicheren Beweis liefern?‘

Andere, die das Leben nicht von einer so ernsten Seite betrachteten und sich um das leidige Sterben auch weniger kümmerten als ihr, sagten euch: ,Leset den Plato, den Aristoteles, den Pythagoras, da werdet ihr schon ins klare kommen, wie es mit dem jenseitigen Leben aussieht!‘

Ihr tatet das mit vielem Eifer, aber es wollte in euch dennoch zu keiner Klarheit kommen. Ihr wandtet euch an die Orakel, die euch noch weniger befriedigten. Ihr erfuhret dabei, daß in dieser Hinsicht die wahre Weisheit bei den Essäern und in den Schriften und Büchern der Altjuden daheim sei. Ihr reistet darum nach Essäa und fandet das Gesuchte auch nicht also, wie ihr es zu finden hofftet. Ihr verschafftet euch darauf der Juden Schriften, laset sie durch und durch, konntet aber daraus auch nicht klug werden, weil ihr sie nicht verstehen konntet; nur das habt ihr dabei gewonnen, daß ihr von euren Vielgöttern abkamet und an das mögliche Dasein nur eines Gottes zu halten anfinget.

Bei solchem eurem Suchen, das nun schon beinahe an die zwanzig Jahre dauert, da ihr schon bei siebzig Lebensjahre zählt, wurdet ihr schwach, mühselig und von allerlei Seelen- und Leibeskrankheiten befallen, habt allerlei Heilanstalten und nun auch diese hier, von der ihr viel Rühmliches vernommen habt, besucht, um da des Leibes Gesundheit insoweit nur wieder zu erreichen, um mit einem heitereren Sinn dem Wesen des Lebens nachforschen zu können.

Ihr bestieget mit uns auf Mein Anraten nun diesen Berg und fühlet jetzt nach eurem eigenen Geständnisse, daß es euch um vieles wohler ist als ehedem unten in der Ebene. Und weil es euch wohler geworden ist, so möchtet ihr aus Meinem Munde jenes vernehmen, das ihr in eurer stets wachsenden Bedrängnis volle zwanzig Jahre hindurch trotz aller eurer Mühe nicht habt in der vollen Klarheit vernehmen können.

Ja, wer da sucht mit allem Ernste in seinem Alter, was er in seiner Jugend mit einer viel geringeren Mühe leicht hätte finden können, so ihn die lustvolle Welt und sein Leichtsinn daran nicht gehindert hätten, der soll es auch noch finden, – aber erst dann, wenn er seine Seele von allen materiellen Schlacken und Flecken gereinigt hat!

Ginge es dem Menschen auch bis in sein möglich höchstes Alter gleichfort so recht jugendlich frisch, munter und heiter, so würde das, was ihr schon vor zwanzig Jahren zu suchen begonnen habt, ihm auch so gleichgültig sein und verbleiben, wie es euch in euren jungen Jahren war; aber das stets mühseliger werdende Alter und damit das stete Näherrücken dem Ende des Leibeslebens nötigt die das Leben liebende Seele, sich um das weitere Wesen eben des Lebens zu kümmern anzufangen und zu fragen hie und da, was es mit dem blinden Volksglauben für eine Bewandtnis habe.

Die dunklen und zweifelhaften Antworten, die ihr bei ihrem Suchen und Forschen zuteil werden, reinigen sie durch die in ihr erweckte Angst vor dem Leibestode von der sie gefangenhaltenden und blind und taub machenden Weltliebe; sie fängt an, die ihr einst so wohlschmeckenden Güter dieser Welt zu verachten und zu fliehen und reinigt sich eben dadurch von dem, was sie im Gefühle des Gerichtes und des Todes der Materie gefangenhielt.

Aber würde die Seele ihres Leibes vergängliche Materie durch irgendein Arkanum auch im Alter wieder verjüngen können, so bliebe sie abermals in ihrem wandelnden Grabe ganz vergnügt ruhen und würde sich nicht um ihr eigenes Leben kümmern. Darum aber hat Gott dieses irdische Willensfreiheitsprobeleben aus Seiner ewigen Liebe schon gerade also eingerichtet, daß der Mensch älter, schwächer und mühseliger werden muß, und das besonders jener, der in seiner Jugendzeit zu sehr an der Materie dieser Zeitwelt hing, auf daß sich endlich auch seine so lange vom Tode gefangengehaltene Seele zum sicheren ewigen Leben emporrichten kann.

Hat sich die Seele so mit der Hilfe ihres ihr verborgenen Schöpfers und Herrn von dem Gerichte der Materie losgemacht und sich durch ihr reges Streben in dem inneren Lebenslichte selbst gefunden, dann ist sie auch ein Herr über ihre Materie und über deren Tod, den sie nicht mehr so fürchtet wie ehedem, geworden und kümmert sich wenig mehr um des Leibes Alter und Schwäche; denn sie selbst ist ja gesund, kräftig und in sich voll Trostes geworden.

Darin aber besteht auch das, was ihr gesucht und hier denn auch gefunden habt! Denn wer da ernstlich sucht, der soll das Gesuchte auch finden. Wer an die Tür pocht, dem wird sie auch rechtzeitig aufgetan, und dem, der da bittet, wird das Erbetene auch gegeben werden.

Wie ihr aber das so lange und bange Gesuchte eben nun hier endlich einmal gefunden habt, das wird euch die Folge erst hell und klar machen. Doch nun kommt es abermals an euch, hier offen euch vor uns zu äußern, wie ihr das von Mir euch Gesagte verstanden habt. Denn man kann ein Haus, das man neu aufbaut, nicht eher vollenden, bis der Grund, der das Haus zu tragen hat, seine vollste Festigkeit erreicht hat.

Quelle: Großes Evangelium Johannes, 9. Band, 154. Kapitel: Das geistige Suchen der Griechen. (GEJ 9.154.1-13)

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