Consuelo en la cruz de los sufrimientos terrenales
18 de noviembre de 1848.
1 ¡Mi Bendición paternal y Mi Amor a Mi amada hija Elisabeth! — ¡Mi amadísima hijita, eres paciente, piadosa y mansa como un cordero! Si supieras cuán infinitamente Yo te amo —porque, por amor a Mí, soportas tu gran cruz con mucha paciencia— entonces ya no querrías soportar más quedarte un minuto adicional sobre la oscura Tierra y extremadamente fría. ¡Pero no te preocupes en tu sufrimiento; ¡Yo estoy constantemente contigo, te fortalezco y te consuelo! También te ayudaré en el debido momento —y estoy ayudándote de forma permanente.
2 Si bien los remedios aconsejados por Mí te hubieran aliviado muy rápido, pero fueron aplicados siempre demasiado tarde o incluso ni siquiera fueron usados. Pero también Yo Mismo, por decirlo así, tengo aquí “algo de culpa” y esto, debido a Mi inmenso Amor por ti; y es que sabes bien que Yo pruebo y limpio mucho más a los que amo. Y así, pues, hago contigo, pero a cambio también eres Mía por completo; y, después, cuando hayas abandonado tu cuerpo físico, ya no sentirás ni saborearás nunca más la muerte; al contrario, serás admitida en Mi Regazo de Padre y verás y percibirás todo con la conciencia más lúcida posible.
3 Por eso, que desaparezca de ti para siempre todo miedo ante una muerte, porque en Verdad no verás ni sentirás la muerte, ahora ni después y eternamente nunca; porque quien Me ama así como tú en la cruz del sufrimiento terrenal, muere ya en el momento que sufre, —y cuando tenga que morir físicamente, entonces, a cambio, ¡será despertado por Mí inmediatamente y por completo para la vida eterna! — Por eso, ahora también ya has muerto Conmigo en la cruz. Y así vivieras muchos años más sobre esta Tierra, con un cuerpo recuperado, entonces esta muerte actual en la cruz de tu carne será considerada, y transitarás de esto también ya sobre la Tierra hacia la verdadera vida y ya no morirás nunca más, sino pasarás a Mi Reino con conciencia siempre lo más lúcida!
4 Esta garantía, eternamente inamovible, te la doy Yo, tu Padre que te bendice y que te ama sobre todo, por el día de tu santo, como un lazo de compromiso para tu sanación, fortalecimiento y consuelo en todo Mi Amor y Verdad. Amén. Que Mi Bendición paternal sea siempre contigo. Amén, amén, amén. — — —
Fuente: Dádivas del Cielo, recibido por Jakob Lorber el 18 de noviembre de 1848.
2 Si bien los remedios aconsejados por Mí te hubieran aliviado muy rápido, pero fueron aplicados siempre demasiado tarde o incluso ni siquiera fueron usados. Pero también Yo Mismo, por decirlo así, tengo aquí “algo de culpa” y esto, debido a Mi inmenso Amor por ti; y es que sabes bien que Yo pruebo y limpio mucho más a los que amo. Y así, pues, hago contigo, pero a cambio también eres Mía por completo; y, después, cuando hayas abandonado tu cuerpo físico, ya no sentirás ni saborearás nunca más la muerte; al contrario, serás admitida en Mi Regazo de Padre y verás y percibirás todo con la conciencia más lúcida posible.
3 Por eso, que desaparezca de ti para siempre todo miedo ante una muerte, porque en Verdad no verás ni sentirás la muerte, ahora ni después y eternamente nunca; porque quien Me ama así como tú en la cruz del sufrimiento terrenal, muere ya en el momento que sufre, —y cuando tenga que morir físicamente, entonces, a cambio, ¡será despertado por Mí inmediatamente y por completo para la vida eterna! — Por eso, ahora también ya has muerto Conmigo en la cruz. Y así vivieras muchos años más sobre esta Tierra, con un cuerpo recuperado, entonces esta muerte actual en la cruz de tu carne será considerada, y transitarás de esto también ya sobre la Tierra hacia la verdadera vida y ya no morirás nunca más, sino pasarás a Mi Reino con conciencia siempre lo más lúcida!
4 Esta garantía, eternamente inamovible, te la doy Yo, tu Padre que te bendice y que te ama sobre todo, por el día de tu santo, como un lazo de compromiso para tu sanación, fortalecimiento y consuelo en todo Mi Amor y Verdad. Amén. Que Mi Bendición paternal sea siempre contigo. Amén, amén, amén. — — —
Fuente: Dádivas del Cielo, recibido por Jakob Lorber el 18 de noviembre de 1848.
dadi3.48.11.18
Gracias por compartir estas palabras de nuestro Padre celestial.
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