La caída del primer hombre

Acto seguido, el eterno Amor cubrió su faz y se apartó durante un tiempo definido, ciego desde la profundidad de su Misericordia porque no quería ni debía saber qué iban a hacer los dos recién creados en el juicio de la Divinidad para aprobar la prueba de su libertad en el tiempo limitado de su estancia en la Tierra.

El lugar que les estaba dado para vivir en la tierra firme fue un jardín en un valle, llamado paraíso.

Había en su jardín un árbol con las manzanas más preciosas y Eva tenía muchas ganas de probarlas. Por esto dijo:

«Adán, tengo muchas ganas de probar esta fruta. Si tú quieres, voy a coger una y probarla, y luego te la pasaré a ti como mi primera ofrenda».

De momento Adán se calló porque estaba reflexionando sobre las palabras de Eva. Entonces una voz interior que era santa porque venía de la Divinidad que estaba en él le dijo:

«¡Si coméis del fruto de este árbol, moriréis!».

Adán estaba tan asustado, que no pudo ni dar una respuesta a su querida Eva. En ella, mientras tanto, la avidez por el fruto aumentó, la atrajo al árbol e hizo que cogiera una manzana. Adán vio que Eva se volvió infiel al corazón de él, se entristeció y le dijo:

«Pero Eva, ¿qué estás haciendo? Aún no estamos bendecidos por el Señor del Poder, de la Fuerza y de la Vida... Sabe que tienes el fruto de la muerte en la mano... ¡Tíralo, para que no muramos en la desnudez ante el Señor de la Justicia!».

Eva se asustó tanto de la seriedad de Adán que, a pesar de toda su avidez, soltó el fruto de la muerte que cayó al suelo. Adán, viendo que la avidez de Eva se había perdido, tuvo una gran alegría con la liberación de los lazos de la avidez mortal de Eva.

Pero la avidez que Eva había rechazado de su corazón también se encontraba ahí en el suelo y mediante el Poder de la ira correctiva de la Divinidad se volvió una gran serpiente. Esta tomó el fruto de la muerte en sus fauces y subió al árbol, enroscándose en todas las ramas, rodeándole desde la raíz hasta la cima y clavando su vista fija en Eva que la miraba.

Adán observó el comportamiento de Eva, pero aún no vio a la serpiente.
Eva se acercó a la serpiente y, estimulada, siguió los movimientos enredadores fascinantes de su cuerpo con los colores irisados de su fría coraza de escamas.
Luego la serpiente puso la manzana en el regazo de Eva que mientras tanto se había sentado, volvió a levantar la cabeza y dijo:

«Eva, mira aquí, a tu hija, expulsada por ti, que serpentea en el árbol de tus avideces... ¡No desprecies su fruto que como pequeña dádiva puse en tu regazo, sino goza de él, que es el fruto de tu amor! Disfruta de él tranquilamente, porque no sólo no morirás, sino que te saciarás con el conocimiento de toda clase de vida inherente a Dios - al que tú temes, a pesar de que es más débil que tú».

Y mira, entonces la lengua de la serpiente se rajó y sus puntas quedaron más agudas que la punta de una flecha.

Luego la serpiente inclinó su cabeza hacia los pechos de Eva a la manera de los pequeños niños cuando quieren dar un beso, sin embargo, clavó sus dos dientes venenosos en ellos... Y a continuación la serpiente, que representaba las avideces de Eva, se presentó en forma de una reproducción de Eva misma...

Entonces también Adán se dio cuenta de lo que pasaba allí debajo del árbol, y la segunda Eva le fascinó sobremanera; pero no se enteró de que no era sino la fantasmagoría de una serpiente...

Seguidamente también en él se excitó la avidez - provocado por la Eva seductora... Buscó el fruto en el regazo de su Eva, se volvió infiel al Amor y se entregó con sensualidad al fruto prohibido en el regazo de ella...

Tras el consumo de este fruto Adán se reconoció a sí mismo como el primero. Aquel que en el Reino de la Luz del eterno Amor llegó a la perdición por la gran vanidad de su ciego amor propio. Aquel que cayó en el mar de la ira de la Divinidad eternamente implacable.

Al reconocerse Adán, y Eva deslumbrada a través de él, subió en él un gran arrepentimiento desde el fondo de su corazón; y Eva tuvo vergüenza al enterarse de la desnudez de los dos.

Atónita de pies a cabeza, ella cubrió su desnudez con hojas de una higuera y también Adán se sirvió de las mismas hojas para cubrir la suya. Acto seguido Adán, llorando lágrimas vivas de dolor, se escondió en una cueva; y Eva se ocultó detrás de un zarzal, llena de tristeza por ser la culpable de haber sido la seductora.

Fuente: Capítulo 8 del Tomo 1, de la obra "El Gobierno de Dios"
recibido por Jakob Lorber.

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