¿En qué consiste el renacimiento espiritual?

La alborada era maravillosa y mostraba un grupo de bellas neblinas sobre el horizonte que cada vez se aclaraba más y más.

Dijo el Señor: Mirad esta salida del sol. Ella muestra gran similitud con la mañana de la vida espiritual en el hombre y con la salida del sol espiritual en el cielo de su alma.

Cuando el hombre oye la palabra de Dios, entonces empieza a amanecer dentro de su alma. Y si cree y confía en la palabra escuchada, entonces habrá más claridad en su interior. El también empieza pues a tener cada vez más alegría en la doctrina y actuará de acuerdo a ella. Sus acciones serán semejantes a aquellas amorosas nubecitas matutinas que están enrojecidas por el amor y, a través de esto, cada vez más habrá luminosidad en el interior del hombre.

De tal alegría en las cosas buenas y verdaderas y provenientes de Dios, el hombre alcanza un reconocimiento de Dios cada vez mayor y más claro. Su corazón arde pues en completo amor a Dios. Y esto se asemeja por completo a esta alborada que ya brilla intensamente ahora mismo.

El reconocimiento sobre Dios lo lleva también al reconocimiento de sí mismo y de su gran propósito de vida. Reconocimientos que crecen en forma similar a como aumenta la iluminación de todas las bellas regiones y lugares del alrededor gracias al gran brillo que irradia la alborada en este momento.

Y así, habrá una mayor y creciente claridad en las nubecitas más cercanas al sol naciente. Esto es comparable a las acciones que provienen del amor a Dios y se convierten tan claras como el oro intensamente brillante. Hasta que finalmente arden en la mañana.

Y mirad, el sol mismo sube con toda luminosa gloria y majestuosidad sobre el horizonte. Así, como el nuevo día nace de la noche a través de la fuerza luminosa del sol, así también nace el hombre a través de la fuerza de la Palabra de Dios y después a través del amor a Dios y al prójimo.

Amor que cada vez crece más y más. En esto consiste el renacimiento espiritual en el hombre, es decir, en que él reconozca a Dios cada vez más y más y, por tanto también, que le ame cada vez más y más.

Si el hombre ha logrado convertir tal amor en una verdadera brasa ardiente dentro de su corazón, entonces estará cada vez más y más iluminado en su interior y la brasa se convertirá en una intensa y luminosa llama de luz y el espíritu de Dios subirá igual como el sol de la mañana y, así, todo en el hombre se ha vuelto de día.

Pero este día no es como el de la Tierra que con la noche tiene su final, sino que será un día eterno de vida y será el completo renacimiento del espíritu de Dios en el alma humana.

En verdad os digo, en quién de vosotros se manifieste un tal día en su alma, éste no verá ninguna muerte más, ni la sentirá, ni la saboreará por toda la eternidad.

La salida del alma del cuerpo físico será como la de un preso en la cárcel que ha sido indultado y cuyo maestro carcelero viene con un semblante amigable y, al abrirle la puerta de la cárcel, le dice: ¡levántate, pues se te ha concedido la Gracia y eres libre! ¡Aquí tienes la vestidura de la honra, abandona esta cárcel y camina libremente ante la faz de Aquel que te otorgó tal Gracia!

De la misma manera como un preso se alegrará en altísimo grado sobre tal gracia, así también lo hará un hombre renacido espiritualmente cuando venga a él Mi Ángel y le diga: "hermano inmortal, ¡levántate de tu cárcel, cíñete con la vestidura luminosa de la honra en Dios
y ven y camina libre e independientemente en la plenitud de la vida eterna ante el semblante de Dios cuyo gran Amor te otorgó tal gran Gracia, porque a partir de ahora y eternamente ya no tendrás que llevar nunca más tal cuerpo físico pesado y mortal.

¿Creéis que un alma así sentirá angustia cuando Mi Ángel venga a él de esta manera?

Porque Yo os digo, quien ama la vida de este mundo, perderá la vida verdadera del alma. Pero quién no la ama y huye de ella porque no es como debería ser la vida, entonces la ganará, es decir, ganará la vida eterna y verdadera del alma.

¡No os dejéis enceguecer por el mundo y no oigáis a sus atractivos y sus tentaciones, pues todos sus bienes son vanos y pasajeros.

Más bien, si deseáis acumular riquezas en este mundo, entonces acumulad ante todo aquellas riquezas que no se corroen ni se oxidan, ni que se las comen las polillas. Estas son riquezas para el espíritu que conducen a la vida eterna. Para su completa adquisición debéis ofrecer todo lo que os es posible.

A quién se le ha sido concedido riquezas terrenales que las utilice igual como lo hace el hermano Lázaro y así cosechará, a cambio, tesoros del cielo.

Quien mucho tenga, que dé mucho. Quién poco tenga, que dé poco.

Quien, motivado por un buen amor al prójimo, dé, aunque sea sólo un trago de agua fresca de su cisterna a un sediento, será recompensado en el más allá. Pues quién manifieste amor a su prójimo, también encontrará amor en el más allá.

No se trata de cuánto da uno, sino cómo uno da algo a su prójimo pobre.

Un dador amigable, motivado por el amor verdadero, da el doble y a él también se le será recompensado en el más allá.

Como ya se dijo, si tienes mucho, entonces también puedes dar mucho si lo has dado con alegría y mucha amabilidad. Entonces has dado el doble al pobre.

Pero si tú mismo no posees mucho y sin embargo, con alegría y amabilidad, has dado una parte de lo poco que tenías a tu prójimo aún más pobre que tú, entonces has dado diez veces más. Y también se te será recompensado en el más allá porque lo que hacéis a los pobres en Mi Nombre es tan igual como si Me lo hubierais hecho a Mí Mismo.

Si queréis saber, en cada dádiva y en cada acción noble, si Yo Mismo tengo complacencia, entonces tan sólo observad el rostro de aquel a quién le habéis ofrecido una dádiva buena en Mi Nombre, como ya os lo he explicado, y, así, esto os mostrará muy claramente el verdadero grado de Mi Complacencia.

Solo lo que hace el amor verdadero está bien hecho ante Dios. Pero lo que es hecho exclusivamente de acuerdo a cómo mide el intelecto, esto tiene poco valor para el receptor y aún menos para el dador.

Yo os digo, más bienaventurado es dar que recibir.

Fuente: "Gran Evangelio de Juan", tomo 7, capítulo 1, recibido por Jakob Lorber.

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