La Biblia y su propósito espiritual
La Biblia no es un libro de filosofía. Quienes intentan leerla desde una perspectiva puramente intelectual o filosófica suelen caer en uno de dos caminos:
Se convierten en fanáticos religiosos.
Se vuelven ateos o agnósticos.
La Biblia contiene la Palabra de Dios, y para entenderla es necesario procesarla con el corazón, a través del amor a Dios. Si esa no es la intención al leerla, es mejor no hacerlo. De lo contrario, no dará frutos positivos en la vida del lector.
¿Por qué no se puede demostrar a Dios con la filosofía?
A Dios no se le puede demostrar ni negar filosóficamente. Un filósofo honesto o un intelectual reconocerá que no tiene la capacidad de probar que Dios no existe. Por eso, desde una perspectiva filosófica, el ateísmo resulta un absurdo.
En otras palabras, quien se declara ateo se convierte en una especie de "religioso del ateísmo". Esto es contradictorio, ya que el ateo suele ser enemigo de las religiones, pero adopta una postura que, en esencia, también requiere fe intelectual.
¿Por qué ocurre esto?
El ser humano ha recibido de Dios su intelecto con el propósito de alejarse de Dios. Justamente quien insiste en buscar a Dios intelectualmente, tanto más se alejará de Él.
¿Y por qué el hombre necesita ese distanciamiento?
Para ganar independencia de Él.
Por esta razón, todo ser humano debe iniciar su vida espiritual sin la influencia directa de Dios. Debe esforzarse por alcanzar el Cielo, a veces incluso con gran sacrificio o "violencia" espiritual.
La independencia humana y la relación con Dios
Si los seres humanos nacieran con la capacidad de ver e interactuar físicamente con Dios, quedarían atrapados por Su infinita belleza y amor inmenso. Esto los haría completamente dependientes de Él, perdiendo su independencia. En ese caso, no alcanzarían una vida espiritual plena, sino que experimentarían una especie de "muerte espiritual".
Por eso, Dios elige "desaparecer" de la vida terrenal del ser humano, permitiéndole esa independencia necesaria para su crecimiento espiritual.
Entonces, ¿cómo se logra creer en Dios?
El mejor ejemplo para este camino es Jesús. Como ser humano, Jesús tuvo que recorrer este camino espiritual desde el principio, enfrentando las mismas dificultades que nosotros.
Más detalles en el siguiente texto.
CAPÍTULO 299. Explicaciones importantes acerca de la naturaleza de Jesús y relación en Él entre lo divino y lo humano
A continuación, las Escrituras dicen: “Jesús crecía en Gracia y Sabiduría ante Dios y ante los hombres, sumiso y obediente a sus padres, hasta que empezó a predicar Su Doctrina”.
Podría surgir la pregunta: ¿Cómo podía Jesús, el único y eterno Ser divino, crecer en Gracia y Sabiduría ante Dios y ante los hombres, siendo Él Dios desde todas las eternidades?
¿Y, además, ante los hombres, si Él desde la eternidad era el Ser infinitamente el más perfecto de todos?
Para entender esto correctamente es preciso no considerar a Jesús aisladamente como al Dios único,
sino hay que considerarlo como un hombre en quien la única y eterna Divinidad se encarceló de tal manera que se mantuvo aparentemente inactiva, de la misma manera como el espíritu de cada hombre está encarcelado.
Y todo lo que cada hombre tiene que hacer, según el Orden divino, para librar al espíritu dentro de sí,
el hombre Jesús también lo tuvo que hacer con absoluta firmeza para liberar a la Divinidad en Él, y para volverse uno con ella.
Por eso, cada hombre ha de llevar en sí ciertas flaquezas que son las ataduras comunes del espíritu, ataduras que mantienen al espíritu como si se encontrase encerrado en una cápsula firme.
Pero las ataduras del espíritu pueden ser suprimidas recién cuando el alma, que está mezclada con la carne, se ha fortalecido por medio de una adecuada abnegación o autorenunciación. El fortalecimiento tiene que llegar a tal grado que el alma sea capaz de acoger al espíritu liberado y mantenerse con él.
Por eso es que únicamente a través de todo tipo de tentaciones el hombre puede volverse consciente de sus flaquezas y darse cuenta dónde y cómo está todavía atado su espíritu.
Entonces si el hombre renuncia precisamente a estos puntos, con todo su corazón, entonces suelta las ataduras del espíritu y fortalece con las mismas al alma.
Después de un tiempo justo, cuando el alma ha sido fortalecida con todas las antiguas ataduras del espíritu, este fluirá libre y naturalmente en el alma completamente fuerte,
y así alcanza toda la celestial plenipotencia del espíritu, volviéndose eternamente uno con él.
Es precisamente desprendiéndose de una atadura tras otra como el alma crece en fuerza espiritual, es decir, en Gracia y Sabiduría.
La Gracia es la eterna Luz del Amor que ilumina todas las infinitas e incontables cosas, sus relaciones y sus caminos, y la Sabiduría es la visión clara del eterno Orden divino dentro de sí.
Así como sucede con cada hombre, lo mismo sucedió con el hombre divino Jesús.
Su alma era parecida a la de cualquier hombre, pero afectada de tantas más flaquezas cuanto que allí se trataba del todopoderoso Espíritu divino mismo que tenía que ponerse ataduras extremadamente fuertes que permitieran mantenerle atado a su alma.
Por eso el alma de Jesús tuvo que pasar por las mayores tentaciones, renunciando a sí mismo, para desprender de Dios las ataduras de su Espíritu. Y, fortificándose con ellas, el alma de Jesús se preparaba para la recepción de su infinitamente libre Espíritu de Dios y para volverse así completamente uno con Él.
A eso es a lo que se refería: «El alma de Jesús crecía en Gracia y Sabiduría ante Dios y ante los hombres...», y eso en la medida en que el Espíritu de Dios se unía sucesivamente con el alma de Jesús, que de por sí ya fue divina y que, en el sentido propio, fue el Hijo.
CAPÍTULO 300. Vida y luchas en el alma de Jesús desde los doce hasta los treinta años. Epílogo y bendición del Señor
Y ¿cómo vivió Jesús, el Señor, desde los doce hasta los treinta años?
Continuamente era vivamente consciente de la todopoderosa Divinidad en Él. Sabía dentro de su alma que todo lo que abarca el infinito obedecía su menor señal y que así tenía que ser eternamente.
Al mismo tiempo sentía en su alma un gran impulso de dominarlo todo.
El orgullo, el afán de imperar, una libertad ilimitada, las ganas de una vida regalada y de mujeres, y también la ira, eran las flaquezas principales de su alma.
Pero con la Voluntad de su alma luchaba contra todas estas poderosas y mortales inclinaciones del alma.
El orgullo lo combatía mediante la pobreza, evidentemente un remedio bastante violento precisamente para Aquel a quien pertenecía todo y que a pesar de ello no podía considerar nada como suyo...
El afán de imperar lo dominaba mediante una obediencia voluntaria a aquellos que, como todos los demás hombres, no eran nada ante Él.
A pesar de que eso le costaba muchísimo, restringía su libertad ilimitada y eterna sirviendo a los hombres en los trabajos más ínfimos como un esclavo.
Las ganas enormes de una vida regalada las combatía frecuentemente con la libre Voluntad de su alma mediante ayunos.
El deseo de mujeres lo combatía por medio del trabajo pesado, con una alimentación escasa, con la oración y por el trato con hombres sabios.
Hay que reconocer que precisamente en ese punto tenía que combatir mucho, pues su apariencia y el tono de su voz tenían un gran atractivo,
por cuyo motivo también las cinco hijas de Cirenio, todas sumamente guapas, estaban rendidamente enamoradas de Él, rivalizando entre sí para gustarle más.
Tal amor, por supuesto, le agradaba. Sin embargo, siempre tenía que decirles que no le tocasen.
Como Él, además, con una sola mirada, siempre descubría las malas intenciones de los hombres y veía su astucia, hipocresía y egoísmo,
se comprende que fácilmente se le podía irritar, enfadar y ofender.
Pero entonces Él moderaba su naturaleza divina con su Amor, y en eso siempre hubo misericordia.67
Así organizó Jesús su vida a través de una continua y durísima abnegación, con el fin de restablecer el eterno Orden perturbado.68
De ello se puede fácilmente deducir que Jesús, como Hombre, pasó los siguientes dieciocho años bajo continuas tentaciones y luchando contra ellas...
... Ahora, después de esta revelación para el bien de cada uno, sólo queda pendiente la revelación de la controversia en el Templo69 con los sabios y los doctores de la ley y que ahora, como muchas otras, no puede figurar aquí.
Por eso conformaos de momento con esto. Lo demás seguirá en cuanto vosotros digáis a vuestro siervo:
«¡Ven, hermano, ven en nombre del Señor y quédate y vive con nosotros!».
Terminada esta obra, mi bendición y mi Gracia estén con vosotros, ¡hoy y siempre! Amén.
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