Las ataduras del espíritu

La vida terrenal es muy útil para que el alma se vuelva fuerte y resistente a tal grado que tenga la capacidad de poder recibir al espíritu propio. Las vicisitudes de la vida que Dios permite representan un buen impulso para lograr esta meta. Cada minuto que tengamos el privilegio de vivir en la Tierra es muy valioso. El alma se fortalece con cada atadura del espíritu que es liberada. Más detalles sobre este tema lo explica el Señor a continuación:

«Cada hombre ha de llevar en sí ciertas flaquezas que son las ataduras comunes del espíritu, ataduras que mantienen al espíritu como si se encontrase encerrado en una cápsula firme.

Pero las ataduras del espíritu pueden ser suprimidas recién cuando el alma, que está mezclada con la carne, se ha fortalecido por medio de una adecuada abnegación o autorenunciación. El fortalecimiento tiene que llegar a tal grado que el alma sea capaz de acoger al espíritu liberado y mantenerse con él.

Por eso es que únicamente a través de todo tipo de tentaciones el hombre puede volverse consciente de sus flaquezas y darse cuenta dónde y cómo está todavía atado su espíritu.

Entonces si el hombre renuncia precisamente a estos puntos, con todo su corazón, entonces suelta las ataduras del espíritu y fortalece con las mismas al alma.

Después de un tiempo justo, cuando el alma ha sido fortalecida con todas las antiguas ataduras del espíritu, este fluirá libre y naturalmente en el alma completamente fuerte, y así alcanza toda la celestial plenipotencia del espíritu, volviéndose eternamente uno con él.

Es precisamente desprendiéndose de una atadura tras otra como el alma crece en fuerza espiritual, es decir, en Gracia y Sabiduría.

La Gracia es la eterna Luz del Amor que ilumina todas las infinitas e incontables cosas, sus relaciones y sus caminos, y la Sabiduría es la visión clara del eterno Orden divino dentro de sí.

Así como sucede con cada hombre, lo mismo sucedió con el hombre divino Jesús.

Su alma era parecida a la de cualquier hombre, pero afectada de tantas más flaquezas cuanto que allí se trataba del todopoderoso Espíritu divino mismo que tenía que ponerse ataduras extremadamente fuertes que permitieran mantenerle atado a su alma.

Por eso el alma de Jesús tuvo que pasar por las mayores tentaciones, renunciando a sí mismo, para desprender de Dios las ataduras de su Espíritu. Y, fortificándose con ellas, el alma de Jesús se preparaba para la recepción de su infinitamente libre Espíritu de Dios y para volverse así completamente uno con Él.

A eso es a lo que se refería: «El alma de Jesús crecía en Gracia y Sabiduría ante Dios y ante los hombres...», y eso en la medida en que el Espíritu de Dios se unía sucesivamente con el alma de Jesús, que de por sí ya fue divina y que, en el sentido propio, fue el Hijo».

Fuente: La Infancia y Juventud de Jesús, cap. 299, vers. 8-19, recibido por Jakob Lorber

https://jakoblorber.webcindario.com/audiolibro/Libros/Infancia%20y%20Juventud%20de%20Jes%C3%BAs.htm#299

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