Los espiritus del aire

por Ana María Badell



Espíritus del aire en acción


Es difícil imaginarse que en cada gota de lluvia, en cada piedra de granizo, en cada copo de nieve existan espíritus muy soberbios, egoístas, avaros. Los ángeles de la guarda los envían hacia la Tierra para despojarlos de su orgullo desmedido, unas veces encadenados a los meteoros que se hacen pedazos al llegar al suelo y otras dentro de unos trozos grandísimos de hielo.

Últimamente en los periódicos de España se dio la noticia de que, sin saber por qué, habían caído en los sitios más inusitados unos bloques de hielo de cientos de kilos. Nadie conocía su procedencia.

Todos tenemos tres o cuatro ángeles de la guarda o espíritus protectores que nos acompañan a cada instante, y que incluso acompañan a los bloques de hielo. Bastantes espíritus malignos llenos de soberbia son ayudados e impelidos hacia la Tierra para ofrecerles la oportunidad de que cambien.

Cuando estos espíritus llegan al suelo son absorbidos, con sus envolturas, por los minerales de las montañas, o por las plantas, o por los animales, y empiezan a recorrer un larguísimo trayecto.

Los espíritus naturales se elevan formando neblinas, sobre todo alrededor de las montañas rocosas. Estos espíritus del aire gozan de mayor libertad que los telúricos. Sin embargo, están muy controlados por sus espíritus protectores para que no provoquen ningún daño.

Estos espíritus del aire raramente se dejan ver de los humanos; los evitan huyendo de todo lo que tiene relación con la materia. Principalmente se espantan ante aquellas personas que tienen dones de percepción.

Su pavor es debido precisamente al odio que guardan de cuando estuvieron presos en la materia, razón por la cual deben ser controlados.

Muchos de ellos, una vez liberados de la materia, no pueden ser llevados cerca de ella.

Los propios espíritus de los desencarnados, aunque tengan una gran inteligencia, sienten un completo asco por la materia, y más aún los espíritus a los que se les ha permitido que salieran de ella sin necesidad de recorrer el largo y exhaustivo camino de la carne. Generalmente se vuelven vengativos y millones de ellos se juntan para huir a donde sea.

Entonces, los más malvados son apresados de nuevo y, a través de los fenómenos meteorológicos, conducidos hacia la Tierra donde se les pone a trabajar en el ámbito de la flora. Y cuando desempeñan bien su cargo pueden iniciar su camino carnal. O, tras un período aproximado de dos siglos, pueden habitar el aire, las montañas, los lagos o los ríos. Desde ahí observan y escrutan todo lo que sucede y se rumorea en sus cercanías. Lo único que deben hacer los hombres es procurar no molestarles, porque si se enfadan pueden resultar muy incómodos.

Como estos espíritus ya tienen cierta libertad de pensamiento, no es aconsejable gritar ni maldecir en las zonas más solitarias y tranquilas, porque los perjudicaría y haría que se rebelaran.

Recuerdo haber leído que una peregrina se sintió muy mal en el Camino de Santiago porque unos espíritus errantes no la dejaban pasar y le asustaban para que abandonara lo antes posible aquella zona.

 Fuente: "La tierra también es un ser vivo" por Ana María Badell.


Este artículo, escrito por Ana María Badell, está basado en los capítulos 34-38 de la obra La Tierra y la Luna, recibidpo por Jakob Lorber(1800-1864)

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