La expulsión del paraíso

Adán perdido en un paseo

...Ocurrió en tal día del Señor que Adán, solo, dio un paseo por un paisaje para admirar la belleza de su panorama. Y el mundo le fascinó de tal manera que, absorto en sus pensamientos, se olvidó del todo de Dios.
De esta manera absorto, llegó a la orilla de un río caudaloso de nombre “Eheura”, es decir, “¡respeta el día de Jehová!”... porque así lo zumbó el río... Pero Adán absorto en sus pensamientos mundanos no se enteró de esta advertencia ni comprendió el sentido del zumbido del oleaje.

Adán descubre una planta nueva

Continuando su paseo a lo largo de la orilla del río, de repente se enganchó con el pie izquierdo en una planta trepadora que serpenteaba alrededor de un enorme árbol; se cayó y sintió un gran dolor - una experiencia totalmente nueva para él.
Entonces se enfadó con la planta, e irritado la preguntó: «¿Acaso no reconoces a tu señor?».

Y el vegetal le respondió: «No, ¡no te conozco!».

Adán miró la planta desde más cerca, pero no la reconoció.

Por esto la preguntó de nuevo: «¿Cuál es tu nombre y cuál tu utilidad?».

Y ve, a eso se levantó un viento que pasó por el follaje cuyo zumbido Adán comprendió: «¡Recoge mis moras, exprime su zumo y bébelo, y mi nombre y mi utilidad te serán manifiestos!».

En la ceguera de sus pensamientos mundanos Adán hizo caso a lo que el vegetal serpenteante le propuso en su olvido del día del Señor; tomó algunas moras y las probó. Como le parecían muy dulces, se alegró de haber dado con ellas. Por esto se lo tomó a mal con el ángel que nunca le había mostrado esta planta con estas frutas tan sabrosas.

Cogió una gran cantidad de moras y las llevó a su casa, donde llegó justamente al ponerse el Sol.

Eva y Caín salieron a su encuentro, porque eran los únicos que durante todo el día se habían preocupado por él, dado que no sabían a dónde se había dirigido. Todos los demás lo sabían pero, siendo el día del Señor, no se preocuparon por él - el padre de su cuerpo... Porque eran hijos de la Bendición que en tal día estaban profundamente absortos en sus pensamientos en Dios y su eterno Amor.

Eva y Caín le libraron de su carga y Adán les contó la historia de este nuevo descubrimiento. Eva se alegró mucho y, con la ayuda de Caín, prensó las frutas conforme Adán les dijo.

Por curiosidad, Adán prepara un zumo

Luego Adán dijo: «Y ahora, ¡descubramos el nombre de este zumo y su utilidad!».

Entonces lo bebió a grandes tragos. Luego pasó el recipiente a Eva, a Caín y después a todos los demás - menos a Abel que aún no estaba presente, porque todavía ardía el fuego en el altar que había erigido para sacrificar allí a la Santidad y al Amor de Jehová - lo que era del agrado del Señor.

En seguida Adán y Eva, y todos que habían probado del zumo se embriagaron; y en este estado de embriaguez todos empezaron a arder en las avideces de la carne... Adán y Eva, y todos sus descendientes presentes, desencadenaron en vil lascivia y fornicación - mientras Abel estaba todavía rezando al lado del altar de Jehová.

Al final de la orgía

Al final de la orgía en la embriaguez del olvido de Dios y del sacrificio ordenado -el pequeño sacrificio que cada vez antes de unirse tenían que encomendarse en sus corazones a Dios- apareció el ángel con la espada llameante en la diestra.

Primero se dirigió a Abel y le dijo con toda amabilidad: «Jehová ve tu sacrificio con gran agrado, hasta tal punto que te ha elegido como salvador de tus padres y hermanos... porque sin ti, hoy, en el día del Señor, habrían perecido porque se olvidaron de Él y rebajaron su mente al mundo, con lo que no podían participar en la Bendición que en este día -conforme el Orden fijado- se derrama desde lo Alto a todos los espacios de las infinitudes.

Por este motivo he vuelto, visiblemente, para recoger tu sacrificio en este recipiente de la Gracia misericordiosa que es el eterno Hijo en el Padre, y para llevarlo ante su semblante sumamente santo que es el ojo del Padre eterno... pero antes aún voy a castigar a los infractores de la Ley del Amor y del Mandamiento de la santa Gracia, y quitarles una gran parte de los regalos, castigándolos con ceguera y echándolos del paraíso.

Ahora deja tu altar y ponte a mi izquierda, para que la diestra castigadora quede libre ante los infractores. Y sígueme a la morada del pecado. En cuanto haya despertado a los pecadores del delirio de su lascivia y ellos huyan apoderados por el miedo ante la espada de la Justicia, entonces sígueles como “compañero de huida”, llevando contigo una pequeña parte de los regalos perdidos... Y donde fatigados y agobiados caigan llorando al suelo -en un país muy lejano que se llama “Ehuehil”, es decir, “país del refugio”- allí entrégaselos para su alivio...

Erige también allí un altar como este de aquí - un altar cuyas llamas siempre arderán, incluso debajo de las aguas que en cierta época cubrirán toda la Tierra... Y este altar se volverá una montaña, inaccesible para cualquier pie humano, hasta que en el tiempo de los tiempos inclinará su cúspide ante el plano que se llamará “Belén”, la pequeña ciudad del gran Rey... la que algún día será la ciudad mayor de la Tierra... Y su Luz brillará más que la luz de los Soles de los mayores espíritus.

Y en este nuevo altar en el país del refugio, con tu gratitud sacrificarás al Señor de todos los comestibles, para que se vuelvan saludables para estos pecadores y para que fortifiquen a los arrepentidos y consuelen a los tristes».

Cuando el ángel hubo terminado su sermón, los dos se pusieron en camino al hogar de Adán - un hogar que Adán mediante su poder y fuerza había preparado haciendo crecer cedros muy altos, uno tocando el otro, en un círculo muy extendido... un hogar que se encontraba cerca de la cueva del arrepentimiento de Adán y de la zarza de la tristeza de Eva.

El hogar tenía dos entradas, la una dirigida hacia la mañana y la otra hacia la tarde.
Llegaron a la hora de medianoche, y no podía ser antes por causa del día del Señor.

La expulsión

Cuando el ángel y Abel pisaron el umbral del hogar, este empezó a llorar por la gran desgracia que iba a alcanzar a los suyos.

Pero el ángel le dijo con palabras suaves: «¡No llores, Abel, que eres un hijo lleno de la Gracia, sino haz lo que te dije llevado por el eterno Amor que habla por mi boca!... ¡Y no te asustes de mis palabras de trueno que fulminará a los pecadores todavía dormidos!».

Abel hizo caso a las palabras del ángel, y cuando los dos estaban delante de los suyos, el ángel los fulminó con las palabras que causaron horror y miedo entre los pecadores despertados:

«¡Adán!, ¡levántate consciente de tu culpa y huye, porque no puedes morar más aquí! Te jugaste el paraíso por ti y todos tus descendientes hasta que llegue el gran tiempo de los tiempos, y te jugaste una gran parte de los regalos... por tu culpa, por haberte olvidado del día del Señor... por haberte embriagado con el zumo de un vegetal que era una obra maestra de la serpiente; discurrida para capturar tu libertad, enredar tus pies, turbar tus sentidos... para que te olvidases de Dios y te entregases al vil pecado.
Por lo tanto, ¡huye del semblante del Amor, adonde quieras!... Y por donde llegues, en toda parte darás con la ira de Dios, en toda plenitud. ¡Pues la parte del Amor que te llegará será medida con escasez!».

Adán se levantó del suelo, y con él también Eva y todos los demás que habían dormido a causa de la bebida embriagadora del vegetal de la serpiente - menos Abel que había respetado el día del Señor... como también vosotros como verdaderos hijos de un Padre tan santo y bueno como Yo, continuamente debierais respetar el sosiego santo del sábado de los judíos que es vuestro domingo, tal como os fue prescrito...
Cuando Adán se enteró de la presencia del ángel, se asustó tanto -y junto con él también todos sus parientes- que no pudo pronunciar ni una sola palabra para presentar disculpas. Paralizado por el pavor, empezó a percibir lo que él y sus parientes habían hecho ante el semblante de Jehová.

Enseguida se echó a los pies del ángel, llorando a lágrima viva suplicando clemencia, porque la espada llameante le había abierto la visión... una visión en cuya luz horrorosa de la justicia castigadora se dio cuenta del alcance de la desgracia que él, por su imprudencia, había provocado para él mismo y todos los suyos...

Pero el ángel parecía tener los ojos vendados y los oídos tapados como se lo había mandado el Amor del Padre, y pronunció con una voz más fuerte que los truenos:

En la Justicia no hay Gracia

«¡En la Justicia no hay Gracia y en el juicio no hay libertad! - ¡Por esto huye, empujado por la Justicia castigadora, para que con tu paso indolente no te alcancen los juicios de Jehová!

Porque el castigo es la recompensa de la Justicia. Quien lo acepta tal como lo ha merecido, aún puede contar con clemencia. Pero aquel que se opone a la Justicia y sus consecuencias, él es un traidor de la sagrada Santidad de Dios y será víctima de los juicios de Aquel que no consiente en la libertad sino que únicamente aplica la eterna cautividad en la ira de la Divinidad.

Por esto, ¡Huye! Y llora e implora allí adonde te lleven tus pies. Donde ya no puedas mantenerte de pie, ¡allí quédate, llora, implora y reza, para que no perezcáis, tú y Eva, y todos los demás por culpa tuya!».

Acto seguido Adán se levantó para marcharse, conforme a la orden del ángel de Dios; pero sus pies estaban como paralizados... Por esto empezó a temblarle todo el cuerpo porque tenía miedo de que le iba a alcanzar el juicio de Dios con el que el ángel del Señor le había amenazado.

Y de nuevo Adán se echó al suelo, y lloró y clamó en voz alta: «¡Señor, gran Dios todopoderoso! En la gran Gloria de tu Santidad, ¡no cierres del todo el Corazón de tu Amor y tu Misericordia ilimitados, y concédeme tan sólo la fuerza necesaria para que yo -el más indigno- pueda huir ante tus juicios conforme a tu santa Voluntad!... Porque todas tus criaturas te están subordinadas - igual que yo, de pies a cabeza. Señor, ¡atiende mis ruegos!».

Y ve, el eterno Amor habló a Abel por la boca del ángel, de la misma manera que Yo ahora estoy hablando a tu corazón:

«Abel, ¡ve hacia el padre de tu cuerpo y échale una mano! Mira también a su mujer Eva que es la madre de tu cuerpo... mira como ella y los demás están sufriendo en el suelo... Levántalos a todos y confórtalos para que puedan seguir su camino y para que el Padre santo tenga alegría viendo que manifiestas amor a tus padres, hermanos y hermanas que están muy flojos; y tu fuerza los fortificará y la plenitud de la Bendición en ti los animará.

De esta manera, con paciencia y amor, llévalos con la mano del amor infantil y con la de la fidelidad fraternal a aquel lugar que te señalaré donde van a caer al suelo, totalmente fatigados.

Allí quedaos, y déjales que descansen. Y tú mismo, concéntrate allí ante Mí, para que te conceda fuerzas en abundancia para la confortación de tus padres, hermanos y hermanas, conforme la necesiten y sean receptivos a ella.

Y ahora haz lo que te dije por amor a ellos y por obediencia a Mí».

En ese mismo momento el devoto Abel quedó penetrado de un gran amor misericordioso, se puso de rodillas; y llorando a lágrima viva, desde el fondo más íntimo de su corazón dio gracias a Dios. Fortificado desde lo Alto, apretó las manos de sus padres débiles y con gran amor, hizo lo que el Señor le había ordenado.

Y cuando Adán vio como su hijo les estaba ayudando a todos, le dijo con el corazón conmovido: «Oh, querido hijo mío, como viniste para ayudarnos en nuestra gran miseria, ¡recibe toda mi bendición con gratitud, por el consuelo de tu padre y tu madre tan débiles!

Y en nuestro lugar, agradéceselo tú al Señor, porque nosotros nos hemos vuelto eternamente indignos de pronunciar su santo nombre... y porque solamente tú eres todavía digno ante el Amor del Padre santo.

Y ahora, conforme a la Voluntad del Señor, ¡huyamos, pues!».

Acto seguido el ángel agitó la espada de la Justicia, y todos huyeron deprisa... una huida durante días y noches, sin descanso alguno.

En el nuevo país

De esta manera llegaron al país ya nombrado, donde por ninguna parte se veía una sola hierba, una sola zarza o un solo árbol. Y con el Sol en el cenit que quemaba, Adán, Eva y todos los demás cayeron totalmente agotados en el polvo ardiente. A todos se les cerraron los ojos porque el sueño retrasado las obligó a hacerlo. De esta manera se durmieron, inconscientes, como cautivos en los lazos de la debilidad por la ira de la Divinidad.

En seguida el ángel que les había seguido visiblemente se acercó a Abel que ahí rebosaba de viveza alimentada por el Poder y la Fuerza desde lo Alto, y le dijo:

«Ve, Abel, de todos los sacrificios que en la pureza de tu ánimo consagraste al Señor de toda Santidad no hubo ninguno que le agradara tanto como éste.

Por este motivo, conforme a la Voluntad de lo Alto, recibe esta espada de la Justicia de la mano de tu hermano de lo Alto, y ve que somos hijos del mismo Padre santo... Rige con él en el bien de los tuyos, conforme el Poder de la Sabiduría y la Fuerza del Amor... Estimula en ellos la Fuerza de la Vida que se ha vuelto muy débil, haz que en ellos de nuevo se encienda el amor para con el Amor del Padre santo, y haz que en sus corazones se encienda la llama del temor justo de Dios.

Yo mismo no te abandonaré, aunque esté invisible. Pero cuando quieras, también estaré a tu lado fraterno muy querido, visiblemente, siempre preparado a ayudarte conforme a la Voluntad del Señor.

Porque ve: La entrega de la espada significa tu plena libertad - una libertad igual a la mía. De modo que la Voluntad del Señor se ha vuelto tuya, te ha puesto encima de toda Ley y te ha dado los Mandamientos como propiedad tuya... Con lo que ahora -igual que yo- eres un hijo inmortal del Amor del Padre santo en el verdadero Reino de la Luz de los espíritus libres.

Y ahora procede con tus padres y tus hermanos terrenales conforme tu amor y tu sabiduría...».

Fuente: gobd1.12.2-45

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