El señor resucita el hijo del publicano

Acto seguido el publicano se fue de toda prisa a casa donde enseguida miró por el estado de su amado hijo.

Los tres médicos que le atendían dijeron: «Señor, ¡tu hijo lo está pasando muy mal y no hay remedio! Hemos empleado todos los medios de la ciencia y experiencia - pero en vano. ¡Si conseguimos prolongarle su vida por una hora más, habremos logrado en él un gran milagro!».

A eso el padre se aproximó al lecho del hijo moribundo y le dirigió las siguientes palabras: «Hijo mío, estos médicos no te salvarán; pero dentro de poco vendrá otro médico que te ayudará. ¡En este deposito ahora mi plena confianza y mi fe integral!».

El enfermo levantó un poco la cabeza y dijo en voz entrecortada: «Si, ¡la muerte me socorrerá, y nadie más!».

Con los ojos llenos de lágrimas, el padre respondió al hijo: «¡Que no!, ¡no la muerte sino sí la vida te ayudará! Porque el médico forastero con el que coincidí, y a quién nunca había visto antes, sabía que te encuentras enfermo hace siete años; además, me dijo que podrá ayudarte aunque ya hayas muerto - ¡razón por la que creo firmemente en sus palabras».

El hijo ya no dijo nada, con lo que los médicos dijeron: «¡Dejémosle en paz, porque el menor esfuerzo le matará, pues la expresión de su cara ya presenta todas las señales de la muerte!».

Así se pasó media hora y el enfermo exhaló un último suspiro, con lo que se murió.

Entonces los médicos preguntaron: «Ahora, ¿dónde está tu médico capaz de socorrer a tu hijo, ya muerto?».

En este instante Yo, Jesús, entré en el cuarto y dije en voz alta: «¡Aquí estoy Yo!, y no soy un fanfarrón como vosotros, pues lo que Yo digo es la Verdad plena de los Cielos de Dios, ¡jamás engañadora!».

Dijeron los tres enojados: «¡He aquí el muerto delante de ti, fanfarrón extranjero! ¡Ayúdale, si te resulta posible, y nos curvaremos hasta el suelo confesando que nosotros somos apenas unos charlatanes!».

«Yo no necesito vuestras reverencias y menos aún vuestras confesiones», dije Yo, «sino Yo hago lo que Yo hago, porque Yo puedo hacerlo así y también quiero hacerlo así. Pero si Yo digo que puedo hacerlo, entonces no es que me atribuyera algo, porque Yo lo hago todo a base de mi muy propio Poder que se halla en Mí… De modo que para esto no preciso de otro medio que únicamente de mi Voluntad propia y totalmente libre. Pero vosotros declaráis delante de todo mundo que sois los primeros maestros en vuestra ciencia… Pero, ¿qué es el resultado de vuestra fanfarronería?

¡Aquí tenéis el resultado delante de vosotros! ¡Pues este joven había tenido un acceso de una fiebre ligera, donde una cucharada de sal quemada junto con siete cucharadas de vino le habría curado para siempre! Vosotros sabíais muy bien de la existencia de este remedio, por lo que conjeturasteis lo siguiente: “Este es hijo de padre rico, pues este puede soportar la fiebre durante años, lo que nos produce mucho dinero. Cuando llegue a ser suficientemente mayor, la fiebre de todos modos ya le abandonará automáticamente”. - ¡Médicos malvados!, os afirmo que la fiebre desde hace mucho ya le habría abandonado, pero vosotros la mantuvisteis en favor de vuestro lucro, transformándola en fiebre tísica crónica, imposible de curar. ¡De este modo por vuestro afán de lucro llegasteis a ser los asesinos de este joven!

Me calificasteis de charlatán, ¡sin jamás haberme visto ni reconocido! ¡Pero Yo os conozco desde hace mucho y, como vuestro “charlatán”, Yo dije la plena Verdad a vuestro respecto, con lo que Yo os ahorré vuestra propia confesión! ¡De modo que la plena reanimación de este hombre muerto dará el testimonio pleno que mis Palabras son verdaderas!».

Dijeron los tres médicos riéndose burlonamente: «¡Con lo que seguramente quedaremos liberados de toda acusación!».

Dije Yo: «¡En seguida eso ya se verá!».

Acto seguido Yo me dirigí al muerto y dije: «¡Jorabe!, ¡despierta de tu sueño y da testimonio de la gran falsedad de esos tres que antes me llamaron de “charlatán”!».

En el mismo instante el muerto se levantó del lecho mortuorio, tan lleno de salud como si nunca hubiese padecido de cualquier enfermedad. El padre se quedó tan conmovido que no sabía si primero –por gratitud por el hijo devuelto– debía tirarse a mi Pecho, o a los brazos del hijo.

Pero Yo le dije: «¡De momento no te preocupes por esto, sino cuida para que el hijo Jorabe tenga algo para comer y luego también un poco de vino!».

En seguida esto fue organizado, y también para nosotros había una comida suculenta.

Fuente: Gran Evangelio de Juan, tomo 6, capítulo 83, recibido por Jakob Lorber.


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