El Señor cura a un rabioso

1 Al cabo de un rato llegó una multitud de la ciudad anunciando que un hombre estaba como poseído.
2 Yo les pregunté qué querían que hiciera con él.
3 «Sabemos», respondieron los ciudadanos, «que Tú eres un médico milagroso. Los fariseos nos contaron que curaste a la familia del viejo Josa solamente con tu Voluntad y que Tú eres más que simplemente el carpintero Jesús al que conocemos muy bien. Por eso te rogamos, paisano, que cures a este hombre rabioso».
4 «¿Cómo le ha sobrevenido la enfermedad?», les pregunté.
5 «Querido Maestro», contestaron los ciudadanos, «esta le ha sido transmitida por un perro rabioso. Hasta ahora ningún médico ha podido curarla, pues es un mal terriblemente peligroso. Le hemos encerrado en su casa para que no salga y no cause ningún daño porque si toca a alguien, también será atacado por la rabia. Si muere, toda su casa ha de ser quemada. Querido Maestro, ¡líbranos de esta plaga!».
6 «Bueno», dije, «traedle aquí, y también a todos los que contagió cuando le cogieron y le encerraron en su casa, para que les cure».
7 «Oh, Maestro, ¿quién le traerá? El que le toque está en peligro de muerte».
8 «Si no tenéis fe ni confianza, entonces no puedo ayudarle ni a él ni a vosotros».
9 «Maestro, pudiste ayudar a la familia de Josa que sufría una enfermedad parecida y no te trajeron los enfermos. ¡No podrías ayudar también al rabioso sin necesidad de que lo traigamos?».
10 «Josa tuvo fe», les contesté, «pero vosotros no creéis. Más bien habéis venido por las dudas que tenéis; para ponerme a prueba y ver qué es lo que haré con este enfermo incurable. Por eso os digo de nuevo: ¡Traedle aquí, así será ayudado y vosotros también! Todos estáis ya contagiados y la enfermedad no tardará mucho en manifestarse también en vosotros. Pero por vuestra fe y confianza trayéndole, el veneno satánico será eliminado».
11 Tras mis palabras, se marcharon y poco después trajeron atado al rabioso. Tenía un horroroso aspecto salvaje y rugía como un león hambriento. Todos mis invitados se atemorizaron tremendamente al ver al poseso, y las mujeres se refugiaron en la casa; nadie era capaz de mirar esta figura convulsa que rugía horriblemente. Mis discípulos se alejaron prudentemente, Judas buscó seguridad detrás de un árbol e incluso mi madre se escondió en la casa. Sólo Cirenio, Fausto, Cornelio, Kisiona y Boro se quedaron fielmente junto a Mí.
12 Entonces dije a la gente: «¡Soltadle y dejadle libre!».
13 «¡Señor, si lo hacemos, estamos perdidos!», gritaron aterrorizados.
Tampoco se atrevieron a hacerlo porque todos, incluso los discípulos, gritaban demasiado.
14 Entonces le dije a Boro: «¡Ve y desátale! Pues ya está curado en mi nombre y no puede dañar a nadie».
15 Boro se armó de valor y, acercándose al poseído, dijo: «El Señor Jesús está contigo, estás curado en su nombre».
16 En ese instante el rabioso se tranquilizó, y el color de su cara, antes casi negro, se volvió normal. Con un gesto de agradecimiento pidió a Boro que le quitara las sogas que le apretaban duramente. Lo sorprendente fue que las mismas estaban totalmente limpias, sin manchas de baba. El curado se acercó a Mí y, fervorosamente, me agradeció la inmensa Gracia que le había concedido, pidiéndome también que el mal no le volviera a atacar nunca más.
17 «Tú y todos los demás, que habrían terminado como tú porque les contagiaste, estáis completamente curados», dije, «¡pero de ahora en adelante no seáis amigos de los perros sino de los hombres! ¿Para qué tenéis tantos perros? Perros deben tener sólo aquellos que los precisan para cazar animales salvajes, o los pastores de grandes rebaños de ovejas para protegerse de los lobos, los osos y las hienas, pero nadie más; y si alguien tiene un perro, que lo sujete con una cadena para no atemorizar a los pobres que vienen a pedir limosna a vuestras casas. El que no quiera seguir este consejo, recibirá de sus perros la misma recompensa que tú.
18 Más vale que acojáis en vuestras casas a los hijos de padres pobres en vez de a perros inútiles y peligrosos. Así no seréis atacados nunca por esta nefasta rabia, procedente del veneno de Satanás que llevan los perros en su interior».
19 Tras estas palabras todos me prometieron que ese mismo día matarían sus perros y no volverían a tener nunca más a dichos animales en casa. Algunos incrédulos me preguntaron, una vez más, si estaban totalmente libres del mal para siempre.
20 «¡Oh, incrédulos! ¿No veis que el que habéis traído aquí está totalmente curado? Si él fue ayudado, vosotros mucho más porque la rabia no os atacó directamente. Si Yo puedo llamar a los muertos para que salgan de su tumba, estos males no serán peores que la muerte misma. El tiempo os convencerá que estáis totalmente sanos. Ahora podéis volver tranquilamente a casa. Pero id también a ver a los ancianos y a los fariseos para mostrarles que habéis sido curados, dejando vuestra ofrenda en el altar tal como Moisés mandó que hicieran los leprosos cuando también lo fueron».
21 Tras estas palabras, todos me dieron las gracias fervorosamente, preguntándome qué podían ofrecerme a Mí para agradecerme el bien que les había hecho.
22 «Creer y hacer lo que los fariseos y escribas os enseñarán», les respondí.
23 Tras haber escuchado estas palabras, emprendieron el regreso contentos, y se dirigieron inmediatamente a la sinagoga para contar a los fariseos todo lo que había sucedido y para entregar una generosa ofrenda.
24 Los fariseos, que no sabían nada del caso de este poseído, se maravillaron a su vez sobremanera, diciendo: «Verdaderamente, esta curación sólo le es posible a Dios. Nunca se ha oído cosa semejante en Israel. En verdad este hombre hace cosas que nunca hizo ni el mayor de los profetas. No existe enfermedad que no sea capaz de curar ni muerto alguno en la tumba que no pueda resucitar. Es un hombre como nunca lo ha habido en la Tierra. Id a casa y volved mañana para seguir hablando de Él con vosotros».

gej2.67rabia

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