La modestia y la humildad
La modestia nos enseña a ser realistas, y a no atribuirnos cualidades como si fueran de mérito propio. Por ejemplo, la inteligencia, esta no la creamos nosotros, sino que nos ha sido dada. Igualmente la cualidad de sentir alegría, amor o felicidad tampoco las hemos desarrollado nosotros mismos, sino ya estaba allí, incluso desde la tierna infancia.
La modestia nos ayuda a elevar nuestra autoestima porque evita que nos apropiemos del mérito ajeno, más bien es propicia para que reconozcamos que somos seres maravillosos con valiosas cualidades, aunque estas hayan sido recibidas, pero con las que nos podemos ennoblecer y crecer como seres humanos. En otras palabras, la modestia nos ayuda a elevar y consolidar nuestra autoestima.
De la modestia podría desarrollarse la humildad, cualidad con la que recién podemos tener mérito propio, pues esa cualidad jamás es dada al ser humano por defecto.
La humildad es aquella actitud en la que la persona descubre algún talento —que lo hace superior en ese aspecto en relación con otro ser— y la pone al servicio del otro. Esta es la definición verdadera de la humildad.
La modestia y la humildad son, pues, dos cualidades distintas. La primera es relativamente fácil de desarrollar, la segunda difícil, porque no recibe apoyo del mundo exterior ni del interior. Aquí primero es necesario ir eliminando paulatinamente el egoísmo para vivir, cada vez más, una vida entregada al servicio del prójimo.
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