La observación de los pensamientos

El noveno mandamiento dice: no consentirás pensamientos ni deseos impuros. En la Biblia alemana dice: no permitas tener antojos o deseos por esto o lo otro.  

El señor dice lo siguiente: Una cosa es pensar, otra es animar o vivificar un pensamiento. Puedes pensar cualquier cosa y no pecas. El pecado aparece recién cuando animas o vivificas algún pensamiento que no contiene amor al prójimo.   Por eso, antes de vivificar algún pensamiento o idea, conviene observar cuidadosamente el pensamiento que se encuentra en el corazón.   Esta observación se realiza a través de la luz purificada del entendimiento de la razón pura. Esta actividad es muy importante dice el Señor.  

Es importante porque el pensamiento es la semilla que conduce a la acción. Por eso, cuando uno descubre que existe un fuerte antojo o deseo ardiente por algo, significa que su pensamiento ya ha sido vivificado por su agrado o su complacencia o benevolencia, también por su voluntad.   Ahogar aquí tal pensamiento costará mucho esfuerzo y podrá significar una emergencia en la vida. La acción es el fruto de la semilla.

Así como es la semilla, así es el fruto.   Por eso el Señor aconseja lo siguiente: Primero, instala un trono de juicio de tu intelecto y razonamiento. Segundo, juzga cada pensamiento en este trono. Tercero, haz pasar por la prueba del fuego y de luz a este pensamiento, es decir , por la prueba del amor y la sabiduría divina. Sí resulta bueno, entonces puedes antojarte por lo bueno Y verdadero. Si el pensamiento es desordenado, es decir, que va en contra del Amor al prójimo, entonces no lo desees.  

En otras palabras, el noveno mandamiento representa la purificación del alma y es muy aconsejable cumplirlo en forma regular. Mientras que el hombre no sea un señor completo sobre sus pensamientos, tampoco será un señor sobre sus pasiones y sobre sus acciones y actividades que surgen de ellas.   Quien no sea un señor y maestro en sí mismo y sobre sí mismo, está aún lejos del reino de Dios y es y permanece un esclavo del pecado.   Pecado que nace de los pensamientos desordenados y de sus consecuentes deseos y antojos que contamina a todo el hombre.

 Fuente: El gran evangelio de Juan, tomó 7, capítulo 36, recibido por Jakob Lorber. 

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