La Naturaleza del miedo
Pregunta Yarah: «Señor, ¿cuál es la naturaleza del miedo? En especial en aquellos que Te conocen, creen en Ti y Te aman, ¿por qué, a pesar de todo, aun tienen miedo?»
El Señor: «Se debe a que ellos no han expulsado por completo el antiguo mundo. ¡Aun quedan algunas cosas mundanas en sus entrañas! Si ya se hubiesen librado totalmente del mundo, como es tu caso, no volverían a tener miedo de nada, como tú. Y sería imposible que lo tuvieran porque el Espíritu es tan fuerte que puede dominar a toda la naturaleza.
¡Mira, ahora estamos en la cima de un monte que nunca ha sido pisado por hombre alguno! Como ves, sus paredes son tan escarpadas y empinadas que no es posible subirlas ni bajarlas de modo natural; también has visto que, después de haber ascendido de manera natural hasta la mitad del monte, ya no había posibilidad de seguir subiendo porque las paredes eran perpendiculares. El capitán y todos los demás con quienes hemos subido se preguntaban: “¿Qué haremos ahora?”. Sin embargo, Yo subía contigo por ellas y todos los demás nos seguían sin fatigarse. ¿Cómo fue posible eso?
Esto fue posible gracias al espíritu que mora dentro del hombre. Yo desperté durante la subida el espíritu de cada uno de ellos. Estos espíritus fueron los que cargaron y llevaron sus cuerpos físicos hasta esta cumbre en donde nos encontramos.
Sin embargo, sus espíritus (aun no acostumbrados a tal actividad, una vez llegados a la cima y al poco tiempo después que Yo los soltara un poco) entraron de nuevo dentro de sus cuerpos físicos con el fin de descansar. Y así pues el alma de sus cuerpos se llenó nuevamente de miedo.
Si sus espíritus en sus corazones hubiesen permanecido despiertos por completo, no habrían tenido miedo. ¡Porque el espíritu mismo habría llenado sus almas de la confianza más luminosa y habría puesto en el corazón la convicción más viva de que toda la naturaleza está bajo sus órdenes!
Pero como esto no es posible de forma duradera a causa del mundo antiguo que todavía albergan una parte de él en sus almas. Almas que todavía son afectadas por el miedo mundano, como has podido comprobar ahora.
El alma del hombre puede tomar dos caminos: el camino incorrecto en donde el alma se introduce e identifica con su carne. O el camino correcto en donde el alma se entrega a su espíritu, que siempre es uno con Dios, así como la luz solar es una con el Sol.
Si un alma se compenetra e identifica con su carne (que de por sí está muerta y su existencia es solo temporal), entonces ella se vuelve en todo una con la carne. Esto es el caso cuando el cuerpo físico no experimente ningún daño y reciba la vida de su alma.
Y si el alma continúa integrándose en la carne -de manera que al final acabe siendo la carne misma- entonces una sensación de destrucción se apodera de ella, lo que constituye una característica de la carne. ¡Y este sentimiento es pues el miedo que, finalmente, incapacita y debilita por completo al hombre ante todas las cosas!
¡Caso distinto es el del hombre cuya alma, desde muy joven, ha llevado ya una vida entregada a su espíritu a través de un camino verdadero! ¡Esa alma jamás experimentará alguna posible sensación destructiva! Pues su sentimiento es igual a la constitución de su espíritu que es eternamente indestructible. Ella (el alma) ya no puede ver más ni sentir muerte alguna porque se ha vuelto una con su espíritu eternamente vivo. Espíritu que es un señor de todo el mundo visible natural. ¡Y la consecuencia fácilmente comprensible es que este hombre, que aun vive en la carne, está muy lejos de todo miedo, porque donde no hay muerte tampoco hay miedo!
Por eso también los hombres deben preocuparse de las cosas del mundo tan poco como les sea posible. ¡Más bien deben esmerarse únicamente en que sus almas se vuelvan una con el espíritu y no con la carne! Porque ¿qué provecho obtendrá el hombre si ganara todo el mundo a favor de su carne, pero a cambio su alma sufriera el máximo daño?
Porque también este mundo entero que vemos ahora dentro de un inmenso espacio junto con todos los globos líquidos pasará como maravillas temporales, y también todo este cielo entero con sus estrellas, a su debido tiempo. Pero el espíritu permanecerá eternamente, así como cada una de Mis Palabras.
¡Pero es indeciblemente difícil ayudar a los hombres que se han integrado intensamente en las cosas del mundo, porque ellos miran y ponen su vida en las cosas vanas del mundo, viven con un miedo constante y, finalmente, son inaccesibles por la vía espiritual! ¡Acercarnos a ellas por la vía de la naturaleza o del mundo no solo no les serviría de nada, sino se les favorecería su juicio y, con él, la muerte del alma!
El hombre mundano que quiera salvar su alma deben poner el máximo empeño en ello y empezar a renunciar al máximo a todas las cosas mundanas que le agradan. Si lo hace con gran esmero y mucho celo, se salvará y entrará en la vida verdadera. Pero si no lo hace, entonces no se le podrá ayudar por otros medios, excepto mediante grandes sufrimientos provenientes del mundo que le enseñe a despreciar el mundo y sus maravillas, a volverse a Dios y, de esta manera, a empezar a buscar Su Espíritu dentro de sí mismo, uniéndose más y más con Él. Te digo: ¡La felicidad del mundo es la muerte del alma! — ¡Dime tú, Mi queridísima Yarah, si lo has comprendido todo!».
El Señor: «Se debe a que ellos no han expulsado por completo el antiguo mundo. ¡Aun quedan algunas cosas mundanas en sus entrañas! Si ya se hubiesen librado totalmente del mundo, como es tu caso, no volverían a tener miedo de nada, como tú. Y sería imposible que lo tuvieran porque el Espíritu es tan fuerte que puede dominar a toda la naturaleza.
¡Mira, ahora estamos en la cima de un monte que nunca ha sido pisado por hombre alguno! Como ves, sus paredes son tan escarpadas y empinadas que no es posible subirlas ni bajarlas de modo natural; también has visto que, después de haber ascendido de manera natural hasta la mitad del monte, ya no había posibilidad de seguir subiendo porque las paredes eran perpendiculares. El capitán y todos los demás con quienes hemos subido se preguntaban: “¿Qué haremos ahora?”. Sin embargo, Yo subía contigo por ellas y todos los demás nos seguían sin fatigarse. ¿Cómo fue posible eso?
Esto fue posible gracias al espíritu que mora dentro del hombre. Yo desperté durante la subida el espíritu de cada uno de ellos. Estos espíritus fueron los que cargaron y llevaron sus cuerpos físicos hasta esta cumbre en donde nos encontramos.
Sin embargo, sus espíritus (aun no acostumbrados a tal actividad, una vez llegados a la cima y al poco tiempo después que Yo los soltara un poco) entraron de nuevo dentro de sus cuerpos físicos con el fin de descansar. Y así pues el alma de sus cuerpos se llenó nuevamente de miedo.
Si sus espíritus en sus corazones hubiesen permanecido despiertos por completo, no habrían tenido miedo. ¡Porque el espíritu mismo habría llenado sus almas de la confianza más luminosa y habría puesto en el corazón la convicción más viva de que toda la naturaleza está bajo sus órdenes!
Pero como esto no es posible de forma duradera a causa del mundo antiguo que todavía albergan una parte de él en sus almas. Almas que todavía son afectadas por el miedo mundano, como has podido comprobar ahora.
El alma del hombre puede tomar dos caminos: el camino incorrecto en donde el alma se introduce e identifica con su carne. O el camino correcto en donde el alma se entrega a su espíritu, que siempre es uno con Dios, así como la luz solar es una con el Sol.
Si un alma se compenetra e identifica con su carne (que de por sí está muerta y su existencia es solo temporal), entonces ella se vuelve en todo una con la carne. Esto es el caso cuando el cuerpo físico no experimente ningún daño y reciba la vida de su alma.
Y si el alma continúa integrándose en la carne -de manera que al final acabe siendo la carne misma- entonces una sensación de destrucción se apodera de ella, lo que constituye una característica de la carne. ¡Y este sentimiento es pues el miedo que, finalmente, incapacita y debilita por completo al hombre ante todas las cosas!
¡Caso distinto es el del hombre cuya alma, desde muy joven, ha llevado ya una vida entregada a su espíritu a través de un camino verdadero! ¡Esa alma jamás experimentará alguna posible sensación destructiva! Pues su sentimiento es igual a la constitución de su espíritu que es eternamente indestructible. Ella (el alma) ya no puede ver más ni sentir muerte alguna porque se ha vuelto una con su espíritu eternamente vivo. Espíritu que es un señor de todo el mundo visible natural. ¡Y la consecuencia fácilmente comprensible es que este hombre, que aun vive en la carne, está muy lejos de todo miedo, porque donde no hay muerte tampoco hay miedo!
Por eso también los hombres deben preocuparse de las cosas del mundo tan poco como les sea posible. ¡Más bien deben esmerarse únicamente en que sus almas se vuelvan una con el espíritu y no con la carne! Porque ¿qué provecho obtendrá el hombre si ganara todo el mundo a favor de su carne, pero a cambio su alma sufriera el máximo daño?
Porque también este mundo entero que vemos ahora dentro de un inmenso espacio junto con todos los globos líquidos pasará como maravillas temporales, y también todo este cielo entero con sus estrellas, a su debido tiempo. Pero el espíritu permanecerá eternamente, así como cada una de Mis Palabras.
¡Pero es indeciblemente difícil ayudar a los hombres que se han integrado intensamente en las cosas del mundo, porque ellos miran y ponen su vida en las cosas vanas del mundo, viven con un miedo constante y, finalmente, son inaccesibles por la vía espiritual! ¡Acercarnos a ellas por la vía de la naturaleza o del mundo no solo no les serviría de nada, sino se les favorecería su juicio y, con él, la muerte del alma!
El hombre mundano que quiera salvar su alma deben poner el máximo empeño en ello y empezar a renunciar al máximo a todas las cosas mundanas que le agradan. Si lo hace con gran esmero y mucho celo, se salvará y entrará en la vida verdadera. Pero si no lo hace, entonces no se le podrá ayudar por otros medios, excepto mediante grandes sufrimientos provenientes del mundo que le enseñe a despreciar el mundo y sus maravillas, a volverse a Dios y, de esta manera, a empezar a buscar Su Espíritu dentro de sí mismo, uniéndose más y más con Él. Te digo: ¡La felicidad del mundo es la muerte del alma! — ¡Dime tú, Mi queridísima Yarah, si lo has comprendido todo!».
Fuente: gej02.132.4-13
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