La resurección de Sarah, la hija de Jairo.

Ilja Repin - Jesús resucita a la hija de Jairo 1871
Llegaron unas personas donde Jairo, y le dijeron: «¡Tu hija ha muerto! ¿Para qué molestar más al Maestro?» Pero Jesús le dijo a Jairo: «No tengas miedo, solamente confía.» Y fueron a la casa de Jairo, en donde la gente lloraba y gritaba. Jesús entró en la casa y les dijo: «¿Por qué lloran y hacen tanto escándalo? La niña no está muerta, sólo está dormida.» La gente se burló de Jesús. Entonces él hizo que todos salieran de allí. Luego entró en el cuarto donde estaba la niña, tomó de la mano a la niña y le dijo en idioma arameo: «¡Talitá, cum!» (Niña, levántate.) La niña, que tenía doce años, se levantó en ese mismo instante y comenzó a caminar.
Marcos 5:35-43
El Señor dicta la historia a Jakob Lorber con más detalles:

Todavía comentando con los discípulos la vida de la mujer, llegaron algunos de los criados de Jairo, casi sofocados, para traerle la triste noticia de que su hija acababa de morir. Jairo se puso muy triste y me dijo: «Querido Maestro, como por desgracia ya es demasiado tarde para ayudar a mi hija más querida, no hace falta que te preocupes más por ella».

Con estas palabras empezó a llorar a lágrima viva, porque quería mucho a su hija única que tenía doce años, aunque más parecía una moza bien hecha de veinte.

Como la tristeza de Jairo Me tocó el corazón, Yo le dije: «Amigo, ¡no tengas miedo sino ten fe, tu hija no está muerta sino dormida y Yo voy a despertarla!». Oyendo esto, Jairo volvió a tranquilizarse.

Ya cerca de su casa, les dije al pueblo y a los discípulos, que aún tenían una fe un tanto vacilante, que se quedasen allí; y sólo permití que me acompañaran Pedro, Jacob y su hermano, y Juan; porque su fe ya tenía buenos cimientos para edificar sobre ellos.

En la casa de Jairo había un barullo tremendo debido a la costumbre judía de llorar y dar gritos en voz alta cuando moría alguien. Cuando Yo entré al cuarto donde la muerta estaba en una cama adornada, les dije a los alborotadores: «¿Qué clase de barullo estáis armando y cuánto lloráis? ¡La hija no está muerta sino sólo dormida!».

A estas palabras se burlaron de Mí y dijeron: «¡Vaya una dormida! Hace más de tres horas que no respira ni tiene pulso, el cuerpo está frío y descolorido y los ojos vidriosos; así que, según tus conocimientos, ¿está dormida? ¡Claro, también es una forma de sueño, sólo que de este sueño uno no se despierta sino el día del juicio!».

Entonces le dije a Jairo: «¡Mándalos a todos afuera, porque su incredulidad es inoportuna aquí!». En seguida lo intentó, sin embargo, los alborotadores no le hicieron caso. De modo que me rogó a Mí que le ayudase y los despaché a la fuerza.

Con Jairo, la triste madre y los cuatro discípulos volví a entrar al cuarto de la hija muerta. En seguida me acerqué a ella, tomé su mano izquierda y le dije: «¡Talitha kumi!», lo que significa “Niña, a ti te digo: ¡levántate!”.

En el mismo momento se levantó y, con su vivacidad natural, saltó de la cama adornada y abrazó a su padre y a su madre. Al mismo tiempo sintió que tenía hambre y que quería comer algo. Los padres, extraordinariamente felices y anegados en lágrimas, me preguntaron si le podían dar de comer y qué. Les respondí: «¡Le podéis dar lo que ella desee y lo que tengáis a mano!».

Había allí en un plato algunos higos y dátiles, y la hija preguntó si se podía servir de ellos. Y Yo le dije: «¡Come lo que te guste, porque estás bien y no volverás a caer enferma!». Así que la niña corrió hacia el plato y terminó casi con todo lo que en él había, de modo que los padres estaban un tanto preocupados de que esto le pudiese perjudicar. Pero Yo los tranquilicé, diciéndoles: «¡No os preocupéis, si Yo os he dicho que esto no le perjudica, entonces no le perjudicará!». Y los padres creyeron.

Cuando la niña se hubo reconfortado, se acercó a sus padres y les preguntó en voz baja quién era Yo; porque cuando dormía en la cama, vio los Cielos abiertos y muchos ángeles luminosos: «Y en medio de los ángeles había un hombre muy agradable que me miraba. Luego se acercó, tomó mi mano y me dijo: “Talitha kumi” y con esta llamada suya me desperté.
¡Y me parece que este hombre es el mismo que vi en mi sueño en medio de tantos ángeles!... ¡Tiene que ser un hombre muy bueno y cariñoso!».

El padre, desde luego, comprendió muy bien la pregunta de su hija. Pero, por una señal que Yo le hice, sólo le dijo que había tenido un sueño verdadero y que dentro de poco se lo explicaría. Con esto la hija se conformó. Entonces le dije a Jairo que él, su mujer y su hija, saliéramos afuera para reprender por su falta de fe a quienes allí esperaban.

Cuando los incrédulos vieron a la hija que se acercó a ellos con buen aspecto para preguntarles por qué estaban todos tan perplejos y asustados, se sobresaltaron aún más y exclamaron: «¡Esto es un milagro!, ¡la niña estaba realmente muerta y ahora vive!». Y en seguida quisieron pregonarlo.

Pero Yo les amenacé y les di orden a todos que, por su propia salvación física y espiritual, debían guardar el asunto en secreto. Y se callaron y se fueron.

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